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El rock duro no es pecado

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 12 de Mayo de 2016
Led Zepellin.
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Led Zepellin.

La semana pasada me flagelé sin contemplaciones al hablar de mis pecados juveniles. Igual algún amigo que leyó ese artículo pensó que era raro que no abriera en canal a los grupos de rock duro que me gustaron en tiempos pretéritos, pero lo cierto es que tal cosa ni siquiera se me pasó por la cabeza. Procedo a explicar los motivos, que son varios.

Por un lado, y esto quiero que quede muy claro, a mí me gustó (y mucho) el rock duro en el periodo entre, digamos, los 15 y los 18 años. Pero estoy hablando de gente como Deep Purple, Led Zeppelin, Black Sabbath, Motörhead y, en menor medida, AC/DC o Aerosmith. Todas ellas son bandas que hoy en día puedo seguir escuchando con cierto agrado, si bien es cierto que en dosis más moderadas que entonces. Hasta hay cosas de Guns ‘n’ Roses o de Van Halen que me parecen pasables. Thin Lizzy, Rory Gallagher o Suzi Quatro, artistas que en ocasiones se han movido en un terreno fronterizo con el citado género, son magníficos. Y estamos en un espacio más amplio de lo que parece, ojo. Ballroom blitz, de Sweet, se puede considerar rock duro. Helter Skelter, de los Beatles, todavía más. Y buena parte del Rock ‘n’ Roll Animal de Lou Reed es rock duro sin discusión posible. 

En cuanto al panorama nacional, si me ponen ahora a Leño no me pasa nada malo, y los dos primeros discos de Barón Rojo me retrotraen a mi primer concierto de rock, en el Tívoli de Benalmádena, con cinco amigos de la infancia que por suerte aún conservo. Aunque sólo fuera por eso ya los salvaría de la quema, pero es que además en el debú de los hermanos De Castro hay varios temas medio qué, como Chica de la ciudad. Vale, las letras no han aguantado los años, eso no tiene vuelta de hoja.

Sin embargo, nunca me gustaron (o puede que sí, pero durante muy poco tiempo) grupos como Judas Priest, Megadeth, Iron Maiden* y, en general, todos esos que lucían una estética muy determinada (muñequeras de pinchos, pantalones pitillo que-te-estrangulan-los-huevos, guitarras modelo Flying V…), que agitaban sus melenazas al viento, que se movían en el escenario de manera muy parecida a los tentetiesos y, sobre todo, que en vez de cantar chillaban. Y a mí, por norma, no me gusta que me chillen. 

Cuando vi que mis camaradas empezaban a perder la cabeza por ese tipo de formaciones (y lo que es aún peor, por las baladas repugnantes de los Scorpions), comprendí que era momento de bajarme del carro. Me espantaban esas portadas de estética tan agresiva, la mascota Eddie The Head no me hacía ninguna gracia, como tampoco se la encontraba a esa ausencia casi absoluta de una línea de bajo que marcara el tempo ni a esos punteos que no eran sino escalas tocadas a velocidad extrema, sin ninguna elegancia. Ejercicios masturbatorios con un regusto machista desagradable. Los efectos logrados con los pedales hacían pasar por virtuosos a músicos que no lo eran en absoluto. Había excepciones, claro, pero abundaba la mediocridad. Refugiarme en lo que se hacía en España no era una opción: a Los Ángeles del Infierno, Tierra Santa o Azuzena debieron meterlos en la cárcel y tirar la llave.

Tampoco conseguía encontrar melodías defendibles, que para mí siempre ha sido lo fundamental. Estaban sepultadas bajo ese ritmo machacón del doble bombo y las guitarras chirriantes, siempre dos octavas por encima de lo deseable. Por supuesto, el trash y el death no hicieron sino empeorar las cosas. Que me chillen, en un momento dado, hasta lo puedo soportar, pero esos berridos de ultratumba directamente me ponen de los nervios. Y que me miren con cara de asesino y ojos desorbitados, algo que también empezó a convertirse en tendencia, no me intimida pero sí me repugna.

'El rock duro ayuda a soltar adrenalina, a descargar la rabia y la frustración, a demostrar que tienes sangre en las venas, a desparramar'

Dicho todo lo anterior, matizo. Y así de paso doy una segunda razón para no desdeñar del todo ese ruidoso estilo: pega muy bien con una determinada fase de tu vida, esa en la que estás creciendo y te rebelas contra, tiremos de tópico, la sociedad que te oprime y te mira malamente porque llevas el pelo largo. El rock duro ayuda a soltar adrenalina, a descargar la rabia y la frustración, a demostrar que tienes sangre en las venas, a desparramar. Todas esas son cosas necesarias siempre, y más aún en unos años en los que estás confuso y, con frecuencia, cabreado. De acuerdo, otras músicas también pueden conseguir ese efecto, pero hoy estoy hablando de lo que estoy hablando.

¿Quiero decir con lo anterior que es incongruente ser fan del rock duro una vez rebasada, qué sé yo, la cota de los 25 años? No tiene por qué, y de hecho cuento con amigos que ya la han superado con creces y siguen fieles a Metallica, Slayer, Rammstein o Slipknot. Pero hasta ellos mismos tendrán que conceder que muchos de sus fieles compañeros de correrías ya están por otras cosas. Potentes, puede ser, pero también distintas. No es nada grave, son cosas que pasan. Es una música muy exigente, en cierto modo. Lo de exhibir cuernos y muecas en los conciertos cuando tienes barriguita y/o calva no está al alcance de todos. Pero los que lo hagan están en su derecho, cuidado. Tan ridículo puede resultar eso como los comportamientos atávicos de otras tribus rockeras.

Por lo demás, me sigue fascinando la capacidad de convocatoria que tiene. Sé de adeptos al rock duro que se han hecho miles de kilómetros para ver a sus bandas favoritas. Se movilizan a base de bien y, si se trata de un acontecimiento de los grandes, agotan el papel en cosa de minutos. En los conciertos, por añadidura, se juntan mayores y jóvenes, lo que demuestra que es un género que se pasa la barrera generacional por el forro. ¿Por qué? Pues más que nada porque la sensación de inseguridad, enojo y furia que tiene el chaval de ahora es exactamente la misma que la que tuvo su padre/madre. De ahí que, cuando escucho a algún admirador decir que el rock duro nunca morirá, muevo la cabeza en señal de asentimiento. Y ya que está vivo, digo yo que habrá que disfrutarlo…en su justa medida.

*Curiosamente, a veces me da por canturrear su canción Run to the hills en clave de reggae. Y me encanta el ritmillo que me sale, con su guitarra sincopada, su sección de vientos, su bajo bien marcado y un fulano cantándola de manera parsimoniosa, nunca gritando. Si alguien quiere hacer una versión, se la sirvo en bandeja.
 
 
 
 
Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).