'Rufus T. Firefly eran más que rock psicodélico'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 23 de Julio de 2025
Rufus T. Firefly – 'Todas las cosas buenas'.
Portada de Todas las cosas buenas, de Rufus T. Firefly
Discos Marcapasos.
Portada de Todas las cosas buenas, de Rufus T. Firefly

A veces me pregunto qué credibilidad puedo tener como crítico cuando, con cierta frecuencia, me veo obligado a admitir que no he escuchado a artistas de lo más conocidos. Evidentemente, nadie tiene tiempo infinito para escuchar a todos los grupos y cantantes que existen, ni es necesario conocerlos a todos para poder expresar opiniones interesantes sobre algunos de ellos. Aun así, me avergüenza reconocer que nunca había escuchado (al menos no conscientemente) a un grupo de la veteranía de Rufus T. Firefly. Los de Aranjuez llevan cerca de veinte años existiendo como banda, y en su momento el impacto de Magnolia (2017) no me pasó desapercibido, pero nunca me senté a escucharlos. En mi cabeza, eran otro grupo revivalista de la psicodelia sesentera en la estela de Tame Impala; y aunque no sea totalmente disparatado caracterizarlos en esos términos, la riqueza de su propuesta es mucho mayor de lo que parecería indicar esa somera y algo desdeñosa descripción.

He tenido que esperar a 2025 para descubrirlo, gracias a su estupendo octavo LP, Todas las cosas buenas, lanzado a finales de abril

He tenido que esperar a 2025 para descubrirlo, gracias a su estupendo octavo LP, Todas las cosas buenas, lanzado a finales de abril. Para empezar, me enamoré de inmediato de sus canciones, que componen con un enorme cuidado: temas como “Trueno azul” o “El principio de todo” tienen melodías adictivas y largos e interesantísimos desarrollos (ambas duran más de cinco minutos) sin un solo segundo de relleno. Además, su paleta de sonidos es bastante más amplia de lo que esperaba: nunca habría imaginado que pudieran hacer un tema como “Canción de paz”, y menos aún para dar la bienvenida a un disco. La guitarra acústica, la percusión suave y dinámica con aroma brasileño, los aportes armónicos del piano y sobre todo la enorme dulzura del conjunto me atraparon a la primera escucha. Al mismo tiempo, son capaces de poner a cualquiera a bailar con el synth-pop de “Dron sobrevolando Castilla-La Mancha”, especialmente en esa segunda mitad tan funky. Y lo que es más: “Todas las cosas buenas” es un temazo de rock compuesto en 9/4, con un riff monstruoso que te hace vibrar y un sonido épico, con ese eco que reverbera en los momentos de silencio.

Que todo esto quepa en el mismo álbum ya es admirable; pero claro, que haya tanta diversidad sin que nada desentone solo es posible gracias al inmenso talento interpretativo de los músicos. En particular, el papel de Julia Martín-Maestro en la batería es esencial

Que todo esto quepa en el mismo álbum ya es admirable; pero claro, que haya tanta diversidad sin que nada desentone solo es posible gracias al inmenso talento interpretativo de los músicos. En particular, el papel de Julia Martín-Maestro en la batería es esencial: no hay una sola canción en la que no destaque su labor. También hay que hablar del trabajo de Miguel de Lucas al bajo, que lo mismo aporta dinamismo a “La plaza” que robustez a “Ceci n'est pas une pipe”. Como remate a esta recopilación de virtudes, hay que mencionar las cuidadísimas letras de Víctor Cabezuelo: las imágenes casi mitológicas que conjura en “Todas las cosas buenas” (“La madrugada quiso cantar/y las estrellas eran las cuerdas/de una guitarra universal/que resonaba en la distancia”) son igual de efectivas que las tiernas confesiones de “Canción de paz” o que las fantasías de huida de “Trueno azul”. Existe además un tema que recorre buena parte de las canciones: una incómoda sensación de decepción y desazón que, sin embargo, no resulta derrotista, sino que parece animada siempre por una obstinada e invencible esperanza.

Precisamente en esta línea va el tema que, en mi opinión, es el único traspiés serio que contiene el disco: “Premios de la música independiente”

Precisamente en esta línea va el tema que, en mi opinión, es el único traspiés serio que contiene el disco: “Premios de la música independiente”. Este corte tiene vocación de himno generacional: habla sobre cómo el peso de todas esas decepciones parece estarse volviendo insoportable para todos, para acabar convirtiéndose en una especie de llamada a filas (“Ha llegado el tiempo de levantarse y empezar a luchar/¿No te quieres venir?”). El problema es que el tono dramático, casi lacrimógeno, de los arreglos de la canción la vuelve bastante hortera, y al final no me convence ni en su dimensión más personal o subjetiva ni, mucho menos, en la pretendidamente política. Por su parte, “Ceci n'est pas une pipe” cuenta, por primera vez, con la voz solista de Julia, que da bastante buen resultado; sin embargo,  la canción en su conjunto resulta algo tibia: los distintos giros compositivos y las texturas que exploran no son tan efectivas como en otros temas. Más allá de estos dos cortes, hay que reseñar la consistencia del tracklist, que resulta estimulante incluso en canciones aparentemente más simples, como “El coro del amanecer”, gracias al mencionado talento instrumental del grupo y al buen gusto en la producción de Manuel Cabezalí.

El sonido se disuelve y nos quedamos a la vez sobrecogidos y serenos, satisfechos y con ganas de volver a empezar

La despedida del disco con “Lumbre” es perfecta, ya que encapsula en una única canción el recorrido emocional del disco. Primero el grupo crea un paisaje de ensueño que encaja a las mil maravillas con la letra, que parece hablarnos de una expedición de trasfondo místico, antes de volver a subir las revoluciones en un pasaje marcado por una guitarra frenética. Para terminar, todo esto desaparece y el último minuto lo guía un piano luminoso, inocente, junto a un insistente bombo que nos propulsa hacia el final de este viaje. El sonido se disuelve y nos quedamos a la vez sobrecogidos y serenos, satisfechos y con ganas de volver a empezar. Lo bueno es que siempre podemos volver a darle al play; y en mi caso, dada mi ignorancia anterior, hay toda una discografía que descubrir. En fin, más vale tarde que nunca: viva Rufus T. Firefly.

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com