Yo me rebelo, luego somos

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 28 de Abril de 2019
'Niña con globo' (2006), de Banksy.
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'Niña con globo' (2006), de Banksy.
'¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha recibido órdenes durante toda su vida. Juzga de pronto inaceptable una nueva orden'. Albert Camus, El Hombre Rebelde.

Hay un momento en que toda opresión, toda esclavitud, y hay muchas maneras hoy día de convertirse en esclavo, llega a una encrucijada, incluso en nuestras acomodadas sociedades occidentales donde las cadenas están recubiertas de oro y terciopelo. Llega un momento en el que las cadenas se tensan, se quiebran, un tiempo en el que el grito de las personas sometidas, por fin se oye, un tiempo en el que claman que ya han tenido suficiente, que el precio a pagar por su sumisión es demasiado alto, que se ha traspasado una frontera, que no hay vuelta atrás en la rebelión, que la razón se encuentra del lado del oprimido, que la lucha, que siempre comienza con un solitario no, con un angustioso grito que aparenta estar perdido entre la acomodada y sorda multitud, se contagia, y se inicia la imparable avalancha de la rebelión. El nosotros es más importante que el yo, porque la rebelión, aunque comienza por una opción personal, pronto trasciende a tu propio destino, algo más está en juego, un destino colectivo. Yo me rebelo, luego somos, clamaba Albert Camus en uno de sus más desgarradores ensayos, El hombre Rebelde. No hay rebelión sin un solitario comienzo, donde un desolado corazón decide rebelarse a las cadenas que le aprisionan, con la angustia de no saber quién le acompañará, pero sin importarle, porque la justicia de la causa trasciende el solitario grito de rebelión.

Tan solo hay un motivo para no rebelarnos si nos queda una pizca de conciencia moral; la cobardía acompañada de la comodidad del silencio. Por el contrario, hay muchos motivos para rebelarnos; el voraz capitalismo financiero que corroe con su amoralidad las entrañas del bienestar de nuestras sociedades, con los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres, y una clase media, que está pasando a ser más pasado que presente

Tan solo hay un motivo para no rebelarnos si nos queda una pizca de conciencia moral; la cobardía acompañada de la comodidad del silencio. Por el contrario, hay muchos motivos para rebelarnos; el voraz capitalismo financiero que corroe con su amoralidad las entrañas del bienestar de nuestras sociedades, con los ricos cada vez más ricos, los pobres cada vez más pobres, y una clase media, que está pasando a ser más pasado que presente. Países con millones de personas viviendo al albur de la pobreza y la violencia, consecuencia de la explotación de sus recursos y de la indiferencia de los que se aprovechan de ellos. El machismo, que provoca incontables muertes de mujeres, tan solo por el hecho de no someterse a la brutal cultura de la posesión del hombre, tan arraigada en nuestra sociedad. La pobreza, que acosa a miles de familias que si tienen la fortuna de tener un techo donde refugiarse, no pueden pagar la luz, el agua o la comida, con  miles de niños que desde su infancia estamos ya expulsando del sistema. Una libertad que se tambalea ante la amenaza de fuerzas que bajo el descredito general de la política esconden ideologías tiránicas y autoritarias, quebrándose la confianza social y política que nos ayudó a salir de la dictadura y convivir con nuestras diferencias. Jóvenes condenados a malvivir el resto de su vida, sin poder acceder a una vivienda, con empleos precarios e incapaces de decidir su futuro más allá de la mañana siguiente, mientras los gurús de los nuevos tiempos, bien acomodados en sus millonarios empleos, nos lo venden como una maravillosa aventura vital; ese (mal) vivir siempre con miedo a no tener mañana.   Y otro motivo; la absoluta despreocupación por un Medio Ambiente que va a condenar a las próximas generaciones a un mundo no solo más pobre, sino más inhabitable. De poco de estos temas hablamos, tan centrados estamos en saber quién tiene, la bandera, más grande.

Quién había podido imaginar que una adolescente, Greta Thunberg, con problemas de relación social por su síndrome de Asperger, que creció con unos padres que la quieren, en una sociedad del bienestar, como es la sueca, teniéndolo aparentemente todo, iniciaría en solitario una revolución, un yo me rebelo, luego somos, que inspiraría a tantos otros jóvenes de su generación, ante la ceguera de líderes políticos, y de las adormecidas sociedades occidentales. Sociedades que se niegan a creer, adormilados por el opio de un consumismo donde todo, incluida la política, se ha convertido en un espectáculo diseñado para distraernos. Nadie asume que las próximas generaciones se encontrarán un mundo cada vez más inhabitable; las estaciones trastornadas, el aire irrespirable, las cosechas agostadas, las ciudades contaminadas, sin espacios verdes ni públicos, expulsando al extrarradio todo lo que no sean gente con altos recursos. Todo para que unos pocos sigan ganando más y más y unos muchos pagando las consecuencias. Migrantes, que a pesar de huir de males que hemos ayudado a causar con la sobreexplotación de sus recursos, son el chivo expiatorio de nuestra avaricia y decadencia moral, excusas de esos nuevos barbaros que quieren acabar con años de conquistas de derechos sociales, de igualdad y de libertad.

Una adolescente nos ha avergonzado a todos. En pocas décadas el cambio climático, la extinción de especies, la desertización de zonas antes ricas en agua, el deshielo de los polos que inundará y anegará territorios enteros, la extinción de las antaño cuatro estaciones, será una realidad imparable, e incontables generaciones que heredarán esta triste tierra expoliada y agotada no podrán sino mirar con odio y desesperación a la inoperancia e indiferencia de nuestra generación

Todo un movimiento colectivo comenzó con la rebelión de una niña, que no entendía la abulia de la gente que le rodeaba, ante la crisis que se nos avecina, con la gente perpleja, atrapada por el negacionismo de estúpidos líderes políticos, o por el desconcierto de otros políticos que miraban a todos lados buscando culpables, excepto donde se encontraba, en esa ridícula sociedad que vive para el consumo desaforado, extinguiendo especies y destrozando biodiversidad un día sí y otro también, debido a la avaricia de mega corporaciones o de países totalitarios que siguen creyendo que el petróleo u otras fuentes de contaminación durarán siempre. Ella, sola, con su pancarta, yendo al parlamente sueco, con su grito de rebelión. Hoy día su ejemplo, su yo me rebelo, se ha convertido en el nosotros nos rebelamos de muchos otros jóvenes, que se niegan a dejar su futuro en las avariciosas manos de aquellos que ponen impuestos al sol, indiferentes al veneno que respiramos cada día en nuestras ciudades. Una adolescente nos ha avergonzado a todos. En pocas décadas el cambio climático, la extinción de especies, la desertización de zonas antes ricas en agua, el deshielo de los polos que inundará y anegará territorios enteros, la extinción de las antaño cuatro estaciones, será una realidad imparable, e incontables generaciones que heredarán esta triste tierra expoliada y agotada no podrán sino mirar con odio y desesperación a la inoperancia e indiferencia de nuestra generación. O hacemos leyes que nos obliguen a cambiar los desmanes de nuestra sociedad consumista, que acaben con la desigualdad, o nos hundiremos.

El progreso moral de una sociedad se mide por la extensión de derechos a aquellos que durante mucho tiempo se han visto privados de ellos, y los derechos, son algo más que la igualdad ante la ley, es la oportunidad de disfrutar de una vida con un mínimo de dignidad, y ese derecho debería ser algo al alcance de todo ser humano, por el mero hecho de serlo. Esa es la historia que merece contar de la rebelión que paso a paso, sacrificio a sacrificio ha ido extendiendo los derechos cada vez a más personas que eran esclavizadas, convertidas en siervos, expoliadas o ninguneadas. Y en ocasiones, esa rebelión, comienza con la negativa de una sola persona que se niega a seguir soportando ese yugo.

El progreso moral de una sociedad se mide por la extensión de derechos a aquellos que durante mucho tiempo se han visto privados de ellos, y los derechos, son algo más que la igualdad ante la ley, es la oportunidad de disfrutar de una vida con un mínimo de dignidad, y ese derecho debería ser algo al alcance de todo ser humano, por el mero hecho de serlo

La liberación de las cadenas, visibles o invisibles, que nos esclavizan,  que nos convierten en siervos de unos pocos, que arruinan nuestro presente, y destierran el futuro de generaciones enteras en nombre de su avaricia, depende de tres principios íntimamente relacionados, pues son tres aspectos de esa misma libertad por la que merece la pena la rebelión; justicia social, feminismo y ecologismo. Sin feminismo no es posible la justicia social, sin justicia social no es posible un ecologismo activo, y sin un ecologismo que se vertebre en leyes, no podremos aplicar ni la justicia ni la equidad social, ni vivir una igualdad real entre sexos, y sin todos esos principios, qué libertad tendremos. O actuamos, o sufrimos la vergüenza de que sucesivos adolescentes, que no solo creen, sino que han interiorizado en su conciencia moral, en su activismo social, en su participación política, estos tres pilares, sigan adelante sin nosotros.  Hoy día de las elecciones, es un buen día para recordarnos que la rebeldía, a veces, no solo comienza por una sola persona dispuesta a rebelarse ante las amenazas de represión, sino por algo tan sencillo como emitir nuestro voto, yo voto, luego somos, porque la alternativa es permanecer en casa y permitir que los nuevos barbaros arrasen con aquellas conquistas sociales y la libertad que tanto sacrificio costaron.

 

 

      

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”