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Martín de Ascargorta, arzobispo de Granada y mecenas

Cultura - Ignacio Nicolás López-Muñoz Martínez - Lunes, 28 de Octubre de 2019
Ignacio Nicolás López-Muñoz Martínez, doctor en Historia del Arte miembro del Grupo de investigación HUM 362 de la Universidad de Granada, recuerda en este artículo la figura de Martín de Ascargorta en el tercer centenario de su muerte.
Martín de Ascargorta en un retrato de José Risueño.
Martín de Ascargorta en un retrato de José Risueño.

El sábado 25 de febrero de 1719, en torno a las 7.30 horas de la tarde, fallecía en la casa de San Miguel del Albaicín -vulgo “del gallo” y posteriormente conocida como “de la lona”- el hombre que había regido los destinos de la Iglesia de Granada durante más de veinticinco años, D. Martín de Ascargorta (1638-1719), XXII arzobispo de Granada y, acaso, el más importante mecenas de la Edad Moderna en la ciudad.

Ascargorta nació en Córdoba un 1 de marzo de 1638, hijo del hidalgo vergarés Andrés de Ascargorta y de la cordobesa Isabel Rodríguez Ladrón de Guevara, siendo cuarto hijo de una familia de seis hermanos. Con 13 años de edad iniciará sus estudios eclesiásticos en el colegio de la Asunción de Córdoba, bajo la protección de su hermano Domingo de Ascargorta, secretario del conde duque de Benavente, D. Antonio Alfonso Pimentel. Después de culminar el Bachiller de Artes y Teología “con mucho lucimiento y aprobación”, vendrá a Granada para ingresar en 1659 en el Colegio Real de Santa Cruz de la Fe, fundación imperial de Carlos I de 1526.

Granada atrapará desde entonces al joven Martín, siendo su Iglesia su destino definitivo cuando Carlos II lo designa arzobispo en 1692. Martín de Ascargorta iniciará una fulgurante carrera eclesiástica desde su consagración como presbítero el 11 de junio de 1661, por D. José Argaiz en la capilla de Santiago de la Catedral “dispensados los intersticios y trece meses de la edad por el Sr. Nuncio”, siendo ya catedrático de Escoto en la Universidad y Doctor en Teología desde 1660 y 1662, respectivamente.

Defensor convencido de la mariología moderna que vindica la Inmaculada Concepción de María, se integrará como canónigo del Sacromonte el 12 de abril de 1662

Defensor convencido de la mariología moderna que vindica la Inmaculada Concepción de María y el papel corredentor de la Virgen en la soteriología, se integrará como canónigo del Sacromonte el 12 de abril de 1662, inaugurándose así un fructífero vínculo con la fundación de D. Pedro de Castro, contribuyendo desde su posterior pontificado en Granada a su esplendor. Durante este tiempo se relacionará con el gran Alonso Cano (1601-1667), racionero catedralicio y máximo exponente del Barroco granadino. El Arte de Cano será admirado y disfrutado por el futuro prelado y, previsiblemente, será durante estos años cuando comience a atesorar una prolija colección artística de la que a lo largo de su prelatura se irá desprendiendo, para contribuir a la dotación ornamental de la Iglesia de Granada.

Entre 1665 y 1669 desempeñará en Sevilla la visita de conventos y la cátedra de Moral de su arzobispado, aunque no abandonará sus vínculos con Granada, ergo, en 1674 obtendrá por oposición la magistral de púlpito de la Catedral granadina, beneficio al que el futuro mitrado había aspirado desde 1665 al opositar a las magistrales de Sevilla, Toledo y Jaén. Además, el 11 de noviembre de 1680 comienza su primera etapa como rector de la Universidad de Granada hasta marzo de 1681, y después fugazmente entre el 11 y el 21 de noviembre de 1689 en que renuncia. 

Fue propuesto como obispo coadjutor de La Paz, entonces en el virreinato del Perú, por D. Pedro de Portocarrero, VIII conde de Medellín y presidente del Consejo de Indias, a instancias de Carlos II. Sin embargo, Ascargorta renunciará a la aventura de ultramar para culminar definitivamente su cursus honorum, logrando el orden episcopal al ser nombrado por el rey obispo de Salamanca en 1690 y, finalmente, tras la muerte de fray Alonso Bernardo de los Ríos, como sucesor de San Cecilio en la sede granadina en 1692.

El lazo con la Catedral de Granada y Ascargorta se explicitará, especialmente, tras su nombramiento como deán el 31 de enero de 1684, interesante periodo en el que participa activamente en el gobierno de la Iglesia local, ganándose la confianza y la amistad del arzobispo De los Ríos y estableciendo trascendentales relaciones con el cardenal Salazar, obispo de Córdoba; vínculos, a la sazón, decisivos en su tarea ulterior como protector e impulsor de la culminación edilicia de la Iglesia de Granada, así como para su definición ornamental.

Además de los cometidos pastorales que emprende, ha trascendido a la Historia del Arte por el magno patrocinio artístico que fomenta desde la sede episcopal

La influencia de D. José de Barcia, discípulo de Ascargorta en el Sacromonte y después obispo de Cádiz (1691-1695), será determinante para su consagración episcopal como prelado de Salamanca, vacante tras el fallecimiento de D. José Cosío, en 1689. La sede salmantina será el preámbulo de su promoción definitiva al ser nombrado arzobispo de Granada el 6 de noviembre de 1692, en sustitución de su amigo fray Alonso Bernardo de los Ríos. Comienza entonces un largo pontificado en la Iglesia de Granada de más de veinticinco años -el segundo más extenso después de la prelatura de D. Pedro Guerrero (1546-1576)- que, además de los cometidos pastorales que emprende -impulsa la celebración de un sínodo diocesano-, ha trascendido a la Historia del Arte por el magno patrocinio artístico que Ascargorta fomenta desde la sede episcopal. Durante su prelatura se culminan definitivamente las obras de la Catedral, pero también de otras muchas iglesias en la archidiócesis -Loja, Motril, Almócita o Bubión en las Alpujarras son buena muestra de ello-. 

Sin embargo lo más definitorio del mecenazgo ascargortiano será la consolidación de un programa decorativo, auspiciado en su generosa protección, de profundos fundamentos teológicos cuya representación más significativa estará en el diseño del itinerario del “triunfo de la Fe” en la Catedral de Granada, ejemplificado por los retablos del «Triunfo de Santiago» (Hurtado Izquierdo, 1707) y de la «Virgen de la Antigua» (Duque Cornejo, 1714), de la nave presbiterial.

Esta dotación, cuya iconología hunde sus raíces en los postulados de Trento, desborda al templo mayor de Granada y se extiende a otras instituciones como la Universidad, la Capilla Real, el Colegio Real, la Real Chancillería, el Sacromonte, el Monasterio del Santo Ángel Custodio, la Cartuja o el palacio arzobispal, alcanzando también su influencia a manifestaciones de religiosidad y ostentación tan seculares en la historia devocional de Granada como la procesión del Corpus, o dejando incluso su impacto conclusivo en la entonces playa mayor de la ciudad, Bib Rambla, con la erección del simulacro de la Virgen de las Angustias en la fachada del palacio arzobispal.

Este año de 2019 es pues momento de memoria, de recordar a un personaje importante de la Historia de la Granada moderna, un arzobispo que, con palabras de Gómez-Moreno González, “[fue el que] más se desvivió por adornar esta Iglesia [Catedral]” y que, como recoge su laude sepulcral -compuesta por José de Mena, a la sazón hijo del escultor granadino Pedro de Mena, en 1719- fue calificado como “pobre para sí, rico para muchos, liberal para todos”. Incluido por la Junta de Iconografía Nacional, a principios del siglo XX y a instancias de Manuel Gómez-Moreno Martínez, para formar parte de su galería de españoles ilustres, fue sin duda dicha excepcional liberalidad la virtud más aclamada por sus coetáneos. Gracias a ese sin par desprendimiento, patrocinó un prolijo mecenazgo que hoy, trescientos años después, nos sigue interpelando a través del Arte que legó, en una proclama silenciosa y plena de elocuencia barroca.