Artículo de Opinión

'Un brindis'

E+I+D+i - Patri Díez - Domingo, 15 de Noviembre de 2020
La fotoperiodista Patri Díez nos ofrece un hermoso texto que bucea en los recuerdos para defender, desde otro punto de vista, "a toda la familia de la hostelería".
Detalle de la manifestación del pasado jueves en Granada.
IndeGranada
Detalle de la manifestación del pasado jueves en Granada.

Me crié en un  bar, tal vez por eso sepa que no es solo un sitio para tomar cervezas. Lo bares son hogares, lo escribo ya. Mis primeros recuerdos lectores fueron con el Diario de Cádiz y fue en la mesa que estaba entre la máquina de tabacos y la cabina de teléfonos. Era una de esas mesas que a nadie le queda claro si son para sentarse, de las cuadradas de madera. Y tenía una silla. Me concentraba tanto que cuando levantaba la mirada veía un poco borroso y no sabía muy bien el tiempo que había pasado allí, entre artículos. Mi madre colaboraba con el diario Guadalete hace mucho, haciendo fotos. La verdad que mi relación con el periódico siempre ha sido peculiar. Pero estamos en Las Dunas, un bar muy cerca de la arena, y de un faro. Rodeado de césped y casi todo de madera o piedra. Allí aprendí a jugar al billar, a las maquinitas de los cinco duros, al futbolín, y todo ello me reportó una cantidad de experiencias y amigos importante.

"Podría hacer capítulos por temáticas de todo lo que supuso aquel bar en mi vida"

Más tarde, muy joven, empecé a echar horas detrás de la barra. Del otro lado al cliente. Y es verdad, no recuerdo quién lo dijo -creo que un escritor- "todo el mundo antes que cualquier cosa ha sido camarero", al menos parte de un mundo que queríamos ser independientes desde muy jovencitos, que no nos regalaban nada o casi nada, y que más tarde era la manera de tener un sustento por si la cosa se ponía mala. Esa gráfica abstracta que comporta toda vida que prioriza la creatividad y otras cuestiones de las humanidades. Una inercia pulsional a vivir. Recuerdo un cansancio de pies tremendo, una especie de borrachera de agotamiento que desembocaba en risas entre compañeros, y compañeras de trabajo; uno de esos días vino Tomasito, ya estábamos limpiando, los taburetes estaban encima de la barra y la caja hecha. De repente tenía los nudillos dando golpecitos sobre la barra, como los gitanos en los tabancos, y con su gracia innata armó la fiesta. Taconeó, palmeó, cantó (le pusimos algún chupito) y sin saber muy bien cómo estábamos asistiendo a un concierto privado. Un verdadero espectáculo. Ya era de noche, afuera no suele escucharse nada más que el mar de fondo que ya se tragó la oscuridad. Y salías de trabajar con los pulmones llenos de aire. Ay, el aire. Fresco, húmedo. De aquella zona. Podría hacer capítulos por temáticas de todo lo que supuso aquel bar en mi vida. Dentro de estos miniconciertos, que no eran más que "el artista fuera de campo", en su dimensión de persona, recuerdo con gran ilusión a Raimundo Amador. Estaba en la terraza con la guitarra y empezó a tocar… pero este posible capítulo lo vamos a aparcar para posibles futuros escritos. 

A un bar iba Lorca a observar, a conversar, a escribir, a fraguar la amistad con otros escritores. La mayoría de las grandes ideas han nacido en un bar, más concretamente: en la servilleta de un bar con boli prestado por la camarera o el camarero, de esos que no siempre pintan bien y que terminan agujereando el papel y éste luego se arruga en un bolsillo. En un bar tienen lugar muchos de los besos primerizos, ¡de los grandes proyectos! Y que te toquen las manos rápidamente, y que te sonrían y que la mesa sea como un campo de fútbol insondable para llegar al otro. Ay, la distancia. 

"Me niego a creer, en estos tiempos, la supuesta frivolidad que en ocasiones se le ha atribuido a los bares. Como si tuvieran que pedir perdón por estar abiertos, comparándolos, un tanto extrañamente, con la Educación"

Siempre se ha dicho que esos que suelen repetir sitio, que ya tienen su taburete destinado y van flechados a ellos no vienen a por el chato de vino. (¿Recordáis Cheers?) Es que saben que podrán hablar con quien se lo sirve. Dentro de esos posibles capítulos, éste, podría ser de varios volúmenes. Recuerdo mucho a Ezequiel, nunca supe bien de qué parte exacta de la provincia era, tenía algunas enfermedades, no era mayor y tenía sonrisa de las que se arquean mucho los ojos. Sus comentarios eran absolutamente ingeniosos, a pesar de que en ocasiones no seguían un hilo. Eran como pequeñas abstracciones al aire, pensamientos rumiantes que tienen en la voz un sentido, y más en un bar. En este bar, el jefe vivía dentro, ese era otro mundo. El mundo de dentro. Cuando iba en busca de cambio podía encontrarme con personajes de lo más variado, una especie de especie solo propia de un bar, que a su vez era familia. Esa es otra. En un bar se da una familia. Ay, la familia. Me niego a creer, en estos tiempos, la supuesta frivolidad que en ocasiones se le ha atribuido a los bares. Como si tuvieran que pedir perdón por estar abiertos comparándolos, un tanto extrañamente, con la Educación. Yo quiero Educación, ¡faltaría más!, y quiero bares, ¡por supuesto! ¿Acaso un aula no está allá donde aprendemos? Para mí, lo aulático, reside en la posibilidad de la interconexión que termina por regalarnos el premio del aprendizaje. Ni siquiera hay que dar por hecho que en un lugar con pizarra, o cañón, se de la Educación. Estos temas aburren. Y hablando de aprender… ¿Aprenderemos de verdad algo esta vez? Yo tenía un amigo que le ponía nombre a las olas, ¿cómo llamaría a ésta? Ojalá vuelvan pronto los abrazos. De verdad, los necesitamos. Me atrevería a decir que más que los bares pero es que justo es, a pasos acelerados subiendo la calle, donde empezamos a abrir los brazos porque allí, en una terraza, alguien se está levantando para recibirnos. 

Ánimo a toda la familia de la hostelería, mucha fuerza.

Patri Díez es fotoperiodista.