Moses Sumney explora los recovecos y contradicciones de la identidad

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 12 de Agosto de 2020
Moses Sumney – græ
Portada del disco de Moses Sumney, "græ".
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Portada del disco de Moses Sumney, "græ".

Si hay algo innegable respecto a Moses Sumney es que su visión artística es poderosa. Llega a ser abrumadora, incluso. Pero a pesar de ello, su debut, Aromanticism (2017), me pareció en cierto modo incompleto. Me dejó con la sensación de que un talento inmenso quedaba velado por canciones inacabadas, por instrumentaciones demasiado desnudas que en lugar de permitir que la estupenda voz de Sumney brillara, la dejaban a la intemperie. Su falsete acababa por resultar repetitivo y perder fuerza. Casi lo que más huella me dejó de aquel disco fue su magnífica portada, en mi opinión una de las mejores de la década pasada.

Cuando Sumney crea, logra construir universos que incluyen más que música, aunque esta sea su forma de expresión predilecta. Letras cuidadísimas (estudió escritura creativa y poesía en UCLA) y audiovisuales evocadores le ayudan en ese esfuerzo de worldbuilding

Pero justo a eso me refería al principio con lo de la visión artística de Sumney: este artista californiano de origen ghanés es mucho más que un mero cantante. Sus obras musicales se acompañan siempre de imágenes impactantes, su discurso está muy trabajado, jamás he visto una fotografía suya que no resulte profundamente magnética. Cuando Sumney crea, logra construir universos que incluyen más que música, aunque esta sea su forma de expresión predilecta. Letras cuidadísimas (estudió escritura creativa y poesía en UCLA) y audiovisuales evocadores le ayudan en ese esfuerzo de worldbuilding. De modo que a pesar de mis reservas para con aquel primer disco, seguía teniendo un ojo puesto en su trabajo, y más después de que su EP Black in Deep Red, 2014 (2018) incluyese la potentísima “Rank & File”, donde hacía además referencias críticas a la militarización de la policía estadounidense que han ido adquiriendo más relevancia con el paso del tiempo.

Pese a ello, el lanzamiento este año de su segundo álbum, græ, en dos partes diferenciadas, una primera en febrero y la segunda en mayo, me pareció en su momento un poco extraña, por no decir efectista. ¿Qué se suponía que teníamos que hacer con medio álbum (el cual además tenía ya la duración de un LP)? Escucharlo antes de tener la otra mitad ¿no iba a arruinar la escucha del disco completo, una vez estuviera? En parte por esto, y en parte, la verdad, por la pereza de tener siquiera que plantearme estas cuestiones, dejé la parte uno sin escuchar. Ahora que al fin he tenido tiempo para sentarme a escuchar el disco completo del tirón, confieso que estoy deslumbrado y desconcertado a partes iguales. La separación en dos partes tenía su razón de ser, desde luego: los tonos y estilos de cada sección son diferentes. Pero para mí solo la primera parte cumple con las expectativas, e incluso las supera, mientras que la segunda me deja preguntándome en qué demonios estaba pensando este hombre.

La principal mejora de esa primera sección respecto al intimista y algo espartano Aromanticism es sin duda lo expansiva y variada que suena. El soul deconstruido de “Cut Me” usa la calidez de unas trompetas para acunar la expresiva voz de Sumney, que explora todos sus registros en lugar de quedarse instalada en el falsete. “In Bloom” es pop barroco delicado pero carnal, transmitiendo la tensión de una amistad en la que una de las dos personas desarrolla sentimientos románticos por la otra. “Virile”, en cambio, es agresiva, con bajos intensos y un punto amenazante enfatizado por las cuerdas. Y todo esto ¡en las tres primeras canciones! Otros ejemplos serían la balada al piano “Gagarin”, “Conveyor” con su electrónica insistente, “Neither/Nor” y sus múltiples fases y capas o la deliciosa “Colouour”, que va de un pasaje con saxofones de aroma africano (cortesía del gran Shabaka Hutchings) a una parte cantada de instrumentación rica e imaginativa. Sumney es capaz de hacer que todos estos sonidos diversos se complementen y construyan una densa atmósfera de conjunto, ayudado en la producción por un grupo amplio de colaboradores entre los que destaca Daniel Lopatin (más conocido como Oneohtrix Point Never).

Esta cohesión se ve reforzada gracias a que las canciones propiamente dichas están rodeadas de interludios en los que se introducen de manera más directa las preocupaciones filosóficas, políticas y espirituales de Sumney. La soledad (ya explorada en gran detalle en su debut), la necesidad de clasificarnos en compartimentos estancos y la negación de la diversidad y complejidad humana que esto implica, la fluidez de la expresión de género y la rebelión contra las dicotomías y binarismos… encuentran aquí expresión a través de las palabras de colegas y colaboradores de Sumney. La densidad temática que aportan no resta disfrute, sino que permite entender mejor y profundizar en unas canciones que, de todas formas, funcionan perfectamente por sí mismas. Aunque algunas decisiones resulten un poco desacertadas (con lo potente que es la voz de Sumney, ¿qué sentido tiene manipularla hasta hacerla irreconocible en “Gagarin”?), en conjunto esta primera parte resulta apabullante en su ambición y en el dominio de su propio arte que demuestra el estadounidense.

El problema llega en la segunda sección, aunque ya lo anticipa el último corte de la primera, “Polly”. De repente vuelve la desnudez instrumental que hacía de Aromanticism algo plano y frío, y aunque la habilidad narrativa de Sumney consigue que tanto esta canción como la siguiente, “Two Dogs”, mantengan la tensión con sus sugerentes historias, para cuando llegamos a “Bystanders” el truco deja de surtir efecto

El problema llega en la segunda sección, aunque ya lo anticipa el último corte de la primera, “Polly”. De repente vuelve la desnudez instrumental que hacía de Aromanticism algo plano y frío, y aunque la habilidad narrativa de Sumney consigue que tanto esta canción como la siguiente, “Two Dogs”, mantengan la tensión con sus sugerentes historias, para cuando llegamos a “Bystanders” el truco deja de surtir efecto. “Keeps Me Alive”, con apenas una guitarra taciturna como instrumentación, y “Lucky Me” no solo profundizan en estos defectos, sino que además dejan mucho que desear como canciones, con melodías poco memorables estructuradas de forma tediosa: la segunda parece estar constantemente a punto de crear un crescendo que nunca llega y deja, por tanto, a medias. En medio de estos cortes más bien aburridos, destacan en cambio “Me in 20 Years” y “Bless Me”. La primera expresa una tristeza inabarcable ante la posibilidad de seguir sin pareja dentro de veinte años (“I wonder how I'll sleep at night/With a cavity by my side/And nothing left to hold but pride”), y la transmite sónicamente con texturas lóbregas y distorsiones en las que la mano de Lopatin se nota para bien. “Bless Me” no se corta y adquiere en su última parte un aire sinfónico que le da una gran fuerza al final del disco.

En cuanto a los interludios que daban potencia a la primera parte, apenas encontramos uno, que remite al primero de todos, la intro del disco, y resuelve una de las ideas centrales del álbum: que aunque ningún ser humano es una isla, los aspectos más alienantes de nuestras sociedades pueden hacernos sentir aislados (jugando con el origen etimológico de esta palabra, que viene precisamente de “isla”); pero ese aislamiento es algo contra lo que hay que rebelarse. En eso consiste, creo, este disco: un esfuerzo por romper con las categorías que nos aprisionan, un intento de conectar con otros seres humanos a través de las incontenibles emociones que desbordan a Sumney, un poderoso y disciplinado ejercicio de expresión y empatía. Pero entonces, ¿por qué esta segunda mitad, tan extraña, tan diferente, que se aleja de las virtudes de la primera y alarga innecesariamente el disco por encima de la hora de duración? Sinceramente, este habría sido un álbum casi impecable de haber lanzado simplemente la primera parte junto a dos o tres canciones de la segunda. Tal como está, es más bien un objeto fascinante pero frustrante, el producto de un artista tan vigoroso como vulnerable con una desafortunada tendencia a la autocomplacencia que no termina de corregir. Una pena, aunque quién sabe, quizás mejore con las escuchas.

Puntuación: 7.7/10

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com