La posverdad y la democracia directa

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 16 de Abril de 2017
P.V.M.

'Los atenienses, como los demás, donde se trata de competencia en las construcciones y en las artes, estiman que pocos son capaces de dar consejos, y si uno que está fuera de esos pocos toma la palabra no lo soportan; y, a mí parecer hacen bien. Pero cuando se trata de una deliberación política que debe proceder por la vía de la justicia y de la moderación, admiten que hable quienquiera, siendo natural que sobre ésta todos sean partícipes, de otra manera no existiría la ciudad (323ª)'. Apología de Protágoras. Platón.

En estos tiempos donde la veracidad se vende tan barato, donde la opinión se camufla de información objetiva, donde la publicidad se disfraza de periodismo, donde se confunden las partes con el todo, donde un profeta puede actuar impunemente como la voz autorizada del pueblo, desvanecida la ciudadanía, donde el efusivo activismo demagógico vale más que la mesura y el conocimiento de una opinión. Ahora, en estos tiempos, por mucho que resulte incomodo, por mucho que nos moleste, por mucho esfuerzo al que nos obligue, es imprescindible tomarse su tiempo para aclarar algunos conceptos básicos y evitar caer en el ridículo de la desinformada opinión que pretendemos hacer pasar por hechos. Las proclamas emotivas, ya sean videos encapsulados en minutos, o memes, nos inundan. Los memes, esos cartelitos con imágenes que contagian las redes sociales y que pretenden con una sola y descontextualizada frase mover las emociones más básicas del receptor del mensaje, y poco más. Porque hacerle pensar puede resultar demasiado laborioso, o quizá, resulte incomodo porque ese anónimo receptor al que se pretende manipular podría llegar a una opinión diferente, si se le ofreciera algo más que una llamada a las entrañas.

Todos somos culpables de esta situación. Ya no vale con echar la culpa a la manipulación de los medios de comunicación o a las tramas,  como si estuviéramos hablando de una de esas teorías de la conspiración sobre el asesinato de Kennedy. Todos somos cómplices  en Facebook, Twitter o WhatsApp de rebozarnos en los barros de la posverdad, encantados y felices, porque esas mentiras, esas verdades a medias, o, esas frases sacadas de contexto, sirven a nuestros intereses, cuya veracidad nunca cuestionamos, porque estamos muy cómodos siendo complacientes con nosotros mismos.

Simplificamos los debates tan burdamente, que en uno de los más significativos e importantes que deberíamos tener; sobre en qué consiste realmente nuestra democracia,  qué queremos decir al hablar de democracia representativa o directa, cuáles son sus límites y problemas.. caemos en debates zafio

Simplificamos los debates tan burdamente, que en uno de los más significativos e importantes que deberíamos tener; sobre en qué consiste realmente nuestra democracia,  qué queremos decir al hablar de democracia representativa o directa, cuáles son sus límites y problemas, dada la crisis de legitimidad institucional de los últimos años, en lugar de informarnos y debatir con calma, criterio y ver qué ha fallado, caemos en debates zafios, sin tener realmente claro qué significa una u otra, cuáles son sus orígenes, ramificaciones, límites y aporías, y su compatibilidad o no.

Por eso es conveniente pagar el elevado precio de dedicar un poco de tiempo a aclarar conceptos; La democracia moderna es básicamente representativa. Al hablar de democracia lo primero que se nos viene a la cabeza es la urna donde se eligen en voto secreto y universal a nuestros representantes, que actuaran en nuestro nombre. La democracia antigua, la experimentada en algunas polis griegas, era básicamente directa. La imagen es la de la asamblea donde los ciudadanos reunidos discuten sobre todo lo que afecta el devenir de la polis; las finanzas, la legislación, la guerra y la paz, las obras públicas. Sobre todo aquello que concierna al bien común.

Las elecciones son la base de la democracia representativa, pero no necesariamente es así en la  democracia directa. No las excluyen, pero no se agota en ellas. De hecho, en la primera defensa de la democracia conocida, que narra el historiador griego Heródoto, el príncipe persa Otanes propone que los magistrados se elijan por sorteo, no por elecciones. Isócrates, el retorico ateniense del siglo V a.C., habla de aquel sistema en el que los representantes a los que se vota son elegidos previamente, como una mezcla de democracia y aristocracia. Básicamente porque para la Atenas del siglo V a.C.  toda persona que ostentara la ciudadanía estaba por principio capacitada para ejercer cualquier cargo institucional, ya que las tareas de la ciudad eran una responsabilidad conjunta. Las prioridades se han invertido, mientras que en la antigua Grecia la participación directa era la norma, y las elecciones de representantes la excepción, hoy día es al revés, la democracia participativa o directa queda confinada a algún referéndum extraordinario sobre temas de vital importancia, mientras que la elección de representantes (elegidos previamente por los partidos políticos cuyo funcionamiento no siempre es ejemplar en cuanto a transparencia democrática) es la norma.

¿Por qué evolucionó la democracia directa en democracia representativa?  A pesar de la admiración de los teóricos del siglo XVIII que la alumbraron por la democracia de los antiguos, debido al nacimiento de los estados modernos. Leviatanes complejos y mastodónticos donde se volvió imposible, dada la cantidad y complejidad de temas, volcar en asambleas ciudadanas la resolución de los asuntos públicos. Y con ello se pagó un elevado precio, al desconectar a la ciudadanía de los asuntos que le atañían como tales, pero  ciertamente se ganó en eficacia.

Volviendo a la clarificación de conceptos; desde sus orígenes la democracia antigua fue criticada en base a su concepto de demos; de pueblo. Pues mientras en la aristocracia se valoraba a los individuos; sus virtudes y capacidades al ser los mejores (en su versión de meritocracia), el poder para el demos les constituía en masa. Se contraponía el individuo con todas sus virtudes a la masa manipulable e ignorante. Hoy día podemos ver como algunas de las críticas que desde la democracia representativa se realiza a la directa esconde las mismas intenciones sin darse cuenta del peligro que encierra esa crítica; considerar un bloque homogéneo a aquellos que conforman la masa que participa de las decisiones. Pero no es así, al igual que en la democracia representativa, se trata de individuos, cada uno diferente, cada con una opinión, cada uno un valor en sí mismo, lo que une a ambas concepciones de la democracia es una consideración ética de primer orden. Todos los seres humanos nacemos iguales, con los mismos derechos, a pesar de nuestras diferencias; listos o menos listos, pobres o ricos, todos en cuanto seres humanos tenemos derechos inalienables e inviolables, y uno de ellos es ser considerados como individuos y no como masa, y tener derecho a opinar y decidir con nuestro voto, de una manera u otra.

La base de cualquier democracia ha de ser el individuo libre y depositario de una dignidad intransferible.  Hay una peligrosa vertiente en apoderarse de una pretendida voluntad popular encarnada en profetas que son, en base a no se sabe muy bien qué, quienes la interpretan correctamente

La base de cualquier democracia ha de ser el individuo libre y depositario de una dignidad intransferible.  Hay una peligrosa vertiente en apoderarse de una pretendida voluntad popular encarnada en profetas que son, en base a no se sabe muy bien qué, quienes la interpretan correctamente. Como si se pudiera interpretar de alguna manera un sentir general, cuando realmente la riqueza y matices de la individualidad de cada decisión solo pueden encontrar su revelación en el debate y el voto libre y secreto en condiciones de igualdad para todo el mundo.  En la democracia moderna el pueblo es una abstracción, la ciudadanía una realidad. La soberanía no reside en el pueblo, reside en cada ciudadano que es participe de la toma de decisiones que afectan a la cosa pública.

Aclarados algunos conceptos básicos, vamos a la parte propositiva.  Lo primero un diagnostico; la democracia representativa está en crisis, y está en crisis no porque la ciudadanía se haya aletargado y no quiera saber nada de la política. Todo lo contrario; la ciudadanía quiere más política. Ahora, especialmente los jóvenes, están más informados que nunca y tienen más ganas que nunca de participar en política, y tienen las herramientas técnicas a su disposición, pero falla la predisposición de la mayoría de actores políticos que no están por la labor de cambiar en lo más  mínimo las reglas del juego, aunque sea evidente que no funcionan ya como debieran. El problema es que los mecanismos que se le ofrecen están obsoletos, en parte debido al anquilosamiento de los partidos políticos y su forma de funcionar, en parte al anquilosamiento institucional, que parece más preocupado de la gestión cotidiana con mayor o menor fortuna, que de hacer política. De cambiar y transformar nuestra sociedad, y de hacer partícipe a la sociedad civil de esa transformación.

Es evidente que no podemos volver al modelo de ciudad-estado y fragmentarnos en pequeños cantones donde la ciudadanía acampe en una permanente asamblea para tomar decisiones, desde la más nimia a la más importante. Pero sí,  podemos introducir mecanismos correctores que compatibilicen la democracia directa, o con un nombre más adecuado, participativa, con la representativa. Un equilibrio de poderes entre ambas que busque soluciones a la perdida de legitimidad de la democracia representativa y permita que esas nuevas generaciones que ansían algo más que buscar un puesto de gestión directa en la democracia representativa, presentándose en la lista de un partido político, tengan los cauces para participar en la toma de decisiones, opinar y comprometerse con el bien público que nos une a todos.

La democracia, de un tipo u otro, debería basarse en un principio básico: la exposición pública de todo poder. Pues el poder político tiende a esconderse, no le gusta la transparencia, ni el sometimiento al escrutinio ciudadano de sus entresijos. No es posible mantener el estatus quo actual, a no ser que  decidamos esperar sentados a que nuevas formas de totalitarismo se vayan apropiando de nuestras sociedades. Hemos de ser capaces de hacer ingeniería en nuestra democracia representativa con dos fines complementarios; aumentar la transparencia del poder político y establecer mecanismos que permitan a nuestros representantes y a las instituciones responder al control y escrutinio de la ciudadanía. Lo “macro” de nuestra democracia ha de responsabilizarse de sus decisiones ante quienes le han puesto allí, y eso va más allá de meter una papeleta en una urna cada cuatro años.  Hemos de establecer complementariamente mecanismos exigentes que profundicen en la micro democracia, en esos ámbitos donde hay un contacto directo de la gente con los asuntos públicos. Pueden ser los partidos políticos, pueden ser los sindicatos, pueden ser las empresas, pueden ser organizaciones ciudadanas vinculadas a problemas concretos, pueden ser especialmente en las ciudades y pueblos donde es mucho más sencillo que los ciudadanos participen y se impliquen en la toma de decisiones y en las acciones políticas que afectan a ámbitos muy precisos de su vida diaria.

No deja de ser llamativo como estos días se utiliza peyorativamente el término de democracia directa, cuando se quieren desacreditar procesos participativos en estos ámbitos, y se habla  de peligroso asamblearismo

No deja de ser llamativo como estos días se utiliza peyorativamente el término de democracia directa, cuando se quieren desacreditar procesos participativos en estos ámbitos, y se habla  de peligroso asamblearismo.  Un uso que o bien cae de lleno en el reinado de la posverdad, donde se utiliza un término sin ninguna contextualización para llamar a las armas de las emociones con palabras huecas, o bien se debe a la ignorancia de quien lo utiliza. Uno no sabe que es peor. Si se llama asamblearismo a hacer partícipe de decisiones cruciales que afectan al núcleo de esas organizaciones ciudadanas, incluyendo los partidos políticos, que no son otra cosa, a que todos sus miembros sean consultados, evitando que las decisiones las tomen únicamente los representantes que han pasado varios filtros que les alejan de quienes les eligieron, entonces, no deben extrañarse de que se quiebre la legitimidad, aunque no la legalidad, de esos representantes. Tal y como decía Protágoras en su alocución sobre la democracia: Pero cuando se trata de una deliberación política que debe proceder por la vía de la justicia y de la moderación, admiten que hable quienquiera, siendo natural que sobre ésta todos sean partícipes, de otra manera no existiría la ciudad´. Consultar e implicar a la ciudadanía, siempre que sea posible, en decisiones de gran calado, ni es democracia directa, ni va contra la democracia representativa, la complementa.

Si de verdad los partidos políticos quieren que esa ilusión participativa que existe, especialmente en las generaciones por venir, no termine por transformarse en frustración con la democracia representativa, han de ponerse en serio, y no de postureo, a trabajar en esa transformación democrática donde los pequeños ámbitos participativos que dotan de legitimidad a los grandes ámbitos institucionales, sean mucho más participativos y transparentes. Participación comprometida de sus afiliados en la toma de decisiones, mecanismos de control exhaustivos e independientes, mecanismos de consulta transparente. Listas abiertas, dentro de sus organizaciones y en las elecciones representativas a las instituciones. Primarias abiertas a la ciudadanía para escoger sus listas electorales, y así no convertir la democracia en una mezcla de la misma con un tipo de aristocracia, que ni siquiera es dependiente de la meritocracia, como decía Isócrates. Estas y otras muchas medidas no son la panacea que va a convertir nuestra democracia en una utopía, pero al menos sí que servirán de freno a las tendencias totalitarias que desean convertirla en una distopía.

 

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Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”