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Historia de un siniestro y brutal personaje fruto de una dictadura que del terror hizo bandera

'El Sargento Colomera y el barrio anarquista del Albayzín'

Política - Alfonso Martínez Foronda - Viernes, 15 de Julio de 2022
Una impresionante crónica la que nos ofrece Alfonso Martínez Foronda sobre la brutal represión y torturas practicadas por Antonio Bedia Martín, tristemente conocido como Sargento Colomera, en el Cuartel de la Guardia Civil del Albaicín, creado para "controlar al barrio rojo".
Dibujo de un guardia civil, que podría asemejarse al Sargento Colomera, cedido por Carlos Janín.
Dibujo de un guardia civil, que podría asemejarse al Sargento Colomera, cedido por Carlos Janín.

Monserrat Fernández Garrido, nieta del mítico guerrillero colomerense Juan Donaire Garrido, “Ollafría”, relata en su libro “Tres generaciones rebeldes”, cómo su abuelo se enfrentó al tristemente conocido entonces como “Cabo Colomera”.  Cuando “Ollafría” se echó a la sierra para evitar una nueva detención, allá por 1940, la Guardia Civil, con el Cabo Colomera al frente, acosaba reiteradamente a su mujer, Leonor Martín Pajares, para conocer el paradero de “Ollafría”. Llegaron a torturarla, metiéndole la cabeza en un recipiente con agua y vinagre. Su casa era visitada continuamente por la Benemérita, registrándola y destrozándole muebles y enseres, robándole cosas. Según Antonina Rodrigo, “los extenuantes interrogatorios y represalias a la familia, para que declararan el paradero” de su marido fueron infructuosos. Afirma que incluso delante de sus nietos “la colgaron, le metían la cabeza en vinagre y la golpeaban con saña”. Dado que no lograron nada, al final, la encarcelaron por ser solo la mujer de Juan Garrido y la encarcelaron en la prisión provincial de Granada, dejando indefensos a sus hijos e hijas.

Juan Donaire Garrido, “Ollafría”, cedida por su nieta Montserrat Fernández Garrido.
Leonor Martín Pajares y su nieta Montserrat Fernández Garrido, cedida por Montserrat Fernández Garrido.

Ante esa situación, “Ollafría” pidió a uno de los hombres de su partida, un tal “Sordo”, que le trajera encañonado a la sierra, ante él, al Cabo Colomera. Y en su presencia le dijo:

– Mi mujer lleva más de tres años en la cárcel por tu culpa. Eres el encargado de sacarla de inmediato, porque mis hijos están sin padre y sin madre. De no hacerlo, vendré y volaré por los aires el cuartel, con todos dentro, vosotros y vuestras familias. Sabes que soy capaz. Hace poco pasé por delante de ti, te saludé con un “buenas noches” y no fuiste capaz de detenerme.

Termina este relato afirmando que el cabo Colomera volvió al cuartelillo con los pantalones mojados y que, poco tiempo después, salió de la prisión y pudo cuidar a sus hijos

Termina este relato afirmando que el cabo Colomera volvió al cuartelillo con los pantalones mojados y que, poco tiempo después, salió de la prisión y pudo cuidar a sus hijos. (Fernández Garrido, p. 92). Aunque esa apreciación final es una descalificación en toda regla sobre su valentía, verídica o no, la cuestión es que su fama real entre los luchadores antifranquistas comienza a fraguarse en Colomera desde la propia Guerra Civil y primeros años de posguerra donde obtiene los galones de Cabo y, de ahí, que haya pasado a la historia con ese sobrenombre, aunque después será conocido, al ser ascendido por méritos represivos, como “Sargento Colomera”. Se llamaba Antonio Bedia Martín y había nacido en 1911 en los Ogíjares, donde morirá en 1994, a los 82 años de edad. Tenía 25 años cuando se inició la guerra civil y, por tanto, ya jovencito, era claramente un guardia civil golpista.

Casa de los Mascarones, en la calle Pagés

Cuando se fragua la historia y leyenda de este singular número de la Benemérita es cuando Bedia es trasladado, en la posguerra, primero a Güéjar Sierra –otro pueblo con una gran componente de izquierdas y muy represaliado- y, luego, al Cuartel de la Guardia Civil del Albayzín, ubicado en la calle Pagés, en la conocida Casa de los Mascarones

Sin embargo, cuando se fragua la historia y leyenda de este singular número de la Benemérita es cuando Bedia es trasladado, en la posguerra, primero a Güéjar Sierra –otro pueblo con una gran componente de izquierdas y muy represaliado- y, luego, al Cuartel de la Guardia Civil del Albayzín, ubicado en la calle Pagés, en la conocida Casa de los Mascarones. La presencia de un cuartel en el barrio tenía una justificación clara para las autoridades franquistas: establecer un lugar de control y represión sobre los vecinos del único barrio que había resistido, heroicamente, desde el 20 al 23 de julio de 1936, al golpe de estado fascista. El barrio obrero había sido la cuna del movimiento anarcosindicalista de Granada y de él procedían la inmensa mayoría de sus dirigentes –también de la FAI- y en él se cebó la represión consiguiente con miles de detenidos, encarcelados y fusilados en las tapias del Cementerio de San José. No hay calle en el Albayzín que no tenga algún familiar represaliado. Además, la arrojada actuación de la partida de los Quero en los años cuarenta, que entraban y salían del barrio a sus anchas, protegidos por sus vecinos y cuya familia vivía a pocos metros del cuartel (Plaza de las Castillas), añadía una preocupación a las autoridades. Más de una vez se vio al Gobernador Civil –y Jefe Provincial del Movimiento en Granada desde 1943 a 1947-, el tarraconense José María Fontana, visitar el cuartel de la Guardia Civil del Albayzín para exigir mayor presión a la Benemérita para capturar a los Quero. Las autoridades franquistas sabían, perfectamente, que los Quero contaban con la complicidad de buena parte de los vecinos de las calles Pagés, Agua y alrededores y que no había movimiento de los guardias que se les escapara.

Dibujo de un lateral de la Casa de los Mascarones. Dibujo cedido de Carlos Janín.

No puede extrañarnos que la labor “renacionalizadora” y “recristianizadora” liderada por la dictadura franquista tuviera en el Albayzín uno de sus principales escenarios, ya desde los primeros años de la Guerra Civil

Por tanto, no puede extrañarnos que la labor “renacionalizadora” y “recristianizadora” liderada por la dictadura franquista tuviera en el Albayzín uno de sus principales escenarios, ya desde los primeros años de la Guerra Civil. Así ocurrió por ejemplo, el 20 de septiembre de 1936, cuando fue bendecida por el Arzobispo la Cruz de la Rauda. El significado del acto residía en que la reconstrucción de la misma había estado a cargo de “rojos” que con sus actos ahora “redimían sus pecados” tal como explicaba el delegado de Bellas Artes, Fidel Fernández, en el solemne acto organizado ante el restaurado monumento. Pero también en 1937, cuando se organizó una procesión popular de desagravio por los incendios del 10 de marzo de 1936, a raíz del pucherazo de las derechas, en especial en referencia a la iglesia del Salvador. Pero también fue objeto de otros actos de “limpieza moral” impulsados por las nuevas autoridades, especialmente a partir de la llegada de Antonio Gallego Burín a la Alcaldía granadina. Ejemplo de ello fueron actos como las campañas de blanqueo del barrio o la organización de concursos de “mejores casas adornadas” para los que se dieron unas instrucciones muy precisas que debían ser seguidas por los vecinos. El objetivo de este tipo de iniciativas era doble. De una parte, borrar “los rastros de la dominación marxista” de las viviendas albaicineras y, de otra, que el tipismo granadino y “patriótico” impregnara la nueva imagen del barrio. 

Al fondo del callejón de la Casa de los Mascarones se puso una placa de los intelectuales de Granada en 1926, entre ellos Federico García Lorca, como homenaje al escritor barroco Pedro Soto de Rojas, que vivió en ella. 

Seguidamente, y tras la interpretación de los himnos de FET de las JONS y nacional por parte de una banda de música, se celebró una comida abundante, probatoria del “pan blanco” que Franco ofrecía a todos los españoles

Ni fue magnánima y caritativa la creación de un comedor de Auxilio Social de Invierno el 6 de mayo de 1937 en el actual centro de secundaria “Cristo Rey” (San Gregorio Alto y Pagés), un centro de asistencia al que, en su gran mayoría, acudían familiares de “vencidos”. Tenía una gran componente, además de paternalista, ideológico. El comedor, con capacidad para 100 niños, había sido adaptado a las necesidades de los más pequeños por su diseñador, el arquitecto Francisco Prieto Moreno. El párroco de la iglesia del Salvador fue el encargado de bendecir el nuevo local del Albayzín en un acto propio del nacionalcatolicismo en el que se dieron cita las principales autoridades municipales y las jerarquías del partido único en la capital. A continuación, el delegado de Auxilio de Invierno, José Palacios y Ruiz de Almodóvar, pronunció un discurso en el que ensalzó la doble tarea –alimentar y educar– que informaba el espíritu de la institución. Seguidamente, y tras la interpretación de los himnos de FET de las JONS y nacional por parte de una banda de música, se celebró una comida abundante, probatoria del “pan blanco” que Franco ofrecía a todos los españoles. (Diario Ideal, 7-5-1937).

Imposición de una medalla al Capitán Mariano Navarro Pelayo.

Pelayo, militar africanista, ampliamente condecorado, antes de iniciarse el golpe de Estado, es ya capitán de la Guardia Civil, que había trabajado para la sublevación fascista y gracias a su labor –había colaborado con la GESTAPO- logró saber los planes de las autoridades republicanas

Y faltaba la pata represora para que se aplicase aquel viejo axioma del palo y la zanahoria. El Cuartel de la Guardia Civil del Albayzín debía controlar a la población del “barrio rojo”, que seguía siendo desafecta, con muchos familiares fusilados o encarcelados. Por tanto, la elección del Comandante del Puesto de ese cuartel debía recaer en una persona con un perfil autoritario definido, indubitable, con plenas garantías. Será el famoso Coronel Mariano Navarro Pelayo el que nombre al Cabo Antonio Bedia como responsable del puesto y lo ascienda, posteriormente, a Sargento. Pelayo, militar africanista, ampliamente condecorado, antes de iniciarse el golpe de Estado, es ya capitán de la Guardia Civil, que había trabajado para la sublevación fascista y gracias a su labor –había colaborado con la GESTAPO- logró saber los planes de las autoridades republicanas, como el propósito del presidente de la Diputación, el socialista Fenoll Castell, de armar al pueblo. Debido a esa información de Pelayo, se adelantó la hora del alzamiento en Granada y con ello triunfaría en la capital. Mariano Pelayo, en fin, jugará un papel destacado en el contraespionaje en Granada al hacerse cargo de la desarticulación de activistas republicanos residentes en la ciudad y, dentro de ellos, sospechosos en el seno del ejército que no habían sido fusilados al inicio de la sublevación fascista. Es el mismo que “captó” a la espía Alicia Herrera Bueno, la conocida como “La Tía del abanico” y, tras chantajearla, le ofrece su vida a cambio de que colaborara con su servicio secreto. Pelayo sufrirá un atentado en 1938 que casi le cuesta la vida y, como represalia, llevará ante los tribunales a muchos republicanos que habían caído en la red de Alicia. El magnífico libro de Enriqueta Barranco “La Tía del Abanico” le pone cifras a las consecuencias de la sentencia contra republicanos granadinos: 37 fusilados –entre ellos ocho mujeres- y 432 años de prisión aprobados por un Consejo de Guerra que se celebró entre el 22 y 23 de agosto de ese mismo año. (Causa 1.627/38). Es decir, que estamos ante un personaje, Pelayo, que conocía, perfectamente, la fama de Antonio Bedia desde sus “servicios” por su paso en Colomera y, posteriormente, en Güéjar Sierra y que, al ser trasladado a Granada, será el elegido para ese puesto en el barrio anarquista por excelencia.

La actuación del Sargento Colomera en el Albayzín alimentará todo tipo de anécdotas que circunvalan entre la realidad y la leyenda

A partir de aquí, la actuación del Sargento Colomera en el Albayzín alimentará todo tipo de anécdotas que circunvalan entre la realidad y la leyenda. Hasta tal punto llegó su fama que en Granada hay algunos dichos: “Esto no lo arregla ni el sargento Colomera” o “eres más malo que el sargento Colomera”. Y es que este hombre, alto, delgado, con tez cetrina y con grandes bigotes dalinianos, casi analfabeto, como lo describe Andrés Cárdenas en su magnífico artículo “Pillos, excéntricos y singulares”, aún siendo controvertido, tenía un denominador común: el miedo, el terror, que inspiraba entre los vecinos. Cárdenas recoge algunas anécdotas como “jugadores de cartas a los que tenía toda una tarde de agosto al sol jugando para escarmentarlos, sisadores de aceitunas a los que hacía que se pegaran unos a otros como castigo, personas a las que hacía esperar y sin moverse hasta que él volviera al día siguiente, cantaores de taberna a los que hacía cantar subidos a una tapia” o gente a las que les obligaba a cortarse el bigote porque para mostacho solo había el suyo. Más allá de que se la atribuyeran actos inventados, esos y otros muchos, lo que no cabe duda es que el Cuartel del Albayzín fue un lugar especial de represión –como el también tristemente conocido Cuartel de las Palmas en la Cuesta Escoriaza- donde miembros de la Benemérita –y no sólo Bedia- impusieron su voluntad debido a que el régimen franquista, totalmente arbitrario y despótico, permitía que personajes como él, desde el abuso del poder, fueran intocables. Algunos vecinos, que prefieren todavía el anonimato, recuerdan cómo se oían los lamentos de quienes eran torturados en el cuartel y, algunos, atribuyen incluso una mayor violencia y crueldad a otros números de esa casa del terror –paradójicamente en un edificio con tanta historia y tan bello- que han pasado inadvertidos, como el Cabo Morillas, su segundo al mando, porque la fama de Bedia los eclipsó.

Concha Grados, una de las fusiladas después del atentado a Mariano Navarro Pelayo.

Más tarde, lo ascendieron a Subteniente y lo vemos como aspirante de ingreso en la Agrupación Temporal Militar para Servicios Civiles en 1965 (BOE, número 46 del 23 de febrero de 1965) y terminaría retirándose bucólicamente a su pueblo natal, ya jubilado, al frente de un rebaño de cabras, cual pastor garcilasiano. Incluso su desaparición del barrio inspiró la leyenda de que, al final, lo quitaron de en medio porque estaba supuestamente implicado en el intento de apropiarse de una casa de citas del barrio de la Manigua –otros dicen que de una casa de citas en la Plaza de San Bartolomé- por participar indirectamente de ese negocio. En todo caso, sea o no cierto, el Sargento Colomera demuestra que la guerra civil no acabó en 1939. Aún hoy, cuando hablo con mis convecinos en el Albayzín –llevo viviendo aquí 25 años-, su nombre divide en franjas casi irreconciliables a quienes desde posiciones conservadoras y reaccionarias lo justifican y lo aplauden como modelo  de “ley y orden”, del “palo y tente tieso” y quienes, desde posiciones de izquierdas, progresistas, le recuerdan como un siniestro y brutal personaje fruto de una dictadura que del terror hizo bandera. 

Siempre he pensado que a los torturadores de todo el mundo la patria les cegó sus sueños y encalleció su alma y sobre las charreteras de su gloria colgaron barrotes, vergajos, guillotinas, agujas, horcas y un pequeño garrote vil para que adornaran su pecho heroico

Siempre he pensado que a los torturadores de todo el mundo la patria les cegó sus sueños y encalleció su alma y sobre las charreteras de su gloria colgaron barrotes, vergajos, guillotinas, agujas, horcas y un pequeño garrote vil para que adornaran su pecho heroico como reconocimiento a las mil batallas y sacrificios que, cada día, cada noche, cada instante, tuvieron que librar para que las quimeras de viejos visionarios revolucionarios no anidaran en esta tierra nacida para el yugo y con un destino inapelable e ineludible en lo universal. Los verdugos, al fin y al cabo, son la hiel que necesita su señor para servirse el desayuno sin que se les sonroje el alma. Como dijera el verdugo de Lagerkvist: “Soy un ciego al que vosotros habéis cegado y vosotros sois mi prisión, de la que no puedo escapar”. Héroes por un día, vagaron por las lindes de la desmemoria porque para una sociedad democrática los torturadores, como dijera Benedetti, no se redimen suicidándose, pero algo es algo.

Al final, nadie les ha reconocido el arte de encender la carne de sus víctimas sin soplete, las palizas correctoras con toallas mojadas sin dejar magulladuras, los hábiles interrogatorios a la luz de las tinieblas y las propiedades curativas de la inmersión sin escafandra. Nunca pudieron jugar a la piola, ni tuvieron tiempo para perseguir a la luna, ni de enhebrar las agujas a la abuela al calor de la lumbre, ni de convertir el potro en una plataforma de sueños porque, desde siempre, fueron peleles de la historia y muñecos de los poderosos de siempre. Al final,  ellos mismos fueron su principal víctima, porque nunca les enseñaron a soñar despiertos.

Bibliografía:

  • BARRANCO CASTILLO, Enriqueta: La tía del abanico. 1938: espionaje en Granada. Aratispi Ediciones, Málaga, 2018.
  • Cárdenas, Andrés, “Pillos, excéntricos y singulares”, en Granada Hoy, 28 de marzo de 2021.
  • Fernández Garrido, Montserrrat, Tres generaciones rebeldes. La historia del maquis Ollafría contada por su nieta. Y la lucha por la libertad de las mujeres, Ediciones Carena, Barcelona, 2020.
  • Martín García, Gregorio, “Las añejas y ruidosas cencerradas y el Cabo Colomera”, en Diario Ideal, 26 de junio de 2022.
  • Ruiz Chasco, Santiago, “Gobernando el miedo. La construcción social de la (in)seguridad ciudadana del bario del Albayzín”, Revista de Antropología Experimental, nº 13.(https://albayzindeayer.wordpress.com/2011/08/23/personajes-con-solera-de...).


Alfonso Martínez Foronda. Licenciado en Filosofía y Letras, profesor de Secundaria e históricamente vinculado al sindicato CCOO, en el que ocupó distintas responsabilidades, como investigador ha profundizado en el movimiento obrero y estudiantil.

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