Fluir o la experiencia óptima

Blog - La buena vida - Ana Vega - Sábado, 7 de Octubre de 2017
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A diario, no distinguimos entre gratificación y placer; para referirnos a acciones que conllevan dichas sensaciones, explicamos que elegimos llevarlas a cabo entre otras muchas porque nos proporcionan gusto o porque nos gustan.

Pero no es lo mismo; placer es lo que se alcanza normalmente a través de los sentidos: una buena comida, un masaje, oír música, un baño en el mar, un perfume…. El placer se obtiene a corto plazo y, normalmente, desaparece cuando lo hace el estímulo que lo provoca. También es probable que termines acostumbrándote y necesites que cada vez el estímulo sea de mayor intensidad para alcanzar el mismo grado de placer. Todos hemos podido comprobar que no sabe igual la primera cucharada de tu helado favorito que las siguientes.

Las sensaciones que acompañan a la gratificación son bastante más duraderas y difícilmente terminamos habituándonos a ellas con la práctica frecuente de las actividades que las provocan. Arrellanarme en mi sofá leyendo un buen libro -en estos días estoy leyendo Una Canción Dulce, de Leila Silmani (Cabaret Voltaire)- generan unas sensaciones diferentes; un ensimismamiento total que nos hace perder la noción del tiempo, algo que bloquea casi la conciencia y que no deriva de los sentidos, ni de técnicas rápidas de búsqueda de placer o sustancias químicas. Y lo mejor de todo es que cada persona puede descubrir que actos conllevan estas sensaciones y favorecer su práctica.

Mihaly Csi Kszent fue quien dio nombre a este estado de gratificación en el que entramos cuando nos sentimos totalmente involucrados en lo que estamos haciendo hasta el punto de perder la noción del tiempo y disfrutar plenamente con ello; el estado de fluidez. Podemos fluir mediante gratificaciones  mentales como la lectura o el arte, gratificaciones sociales y altruistas como el voluntariado o físicas como la práctica del baile…

Refiere una serie de características comunes a las acciones que desencadenan la fluidez:

  • La tarea constituye un reto y precisa de una cierta habilidad
  • Nos concentramos en ella.
  • Existen unos objetivos claros al realizarla.
  • Nos implicamos en ella profundamente y sin esfuerzo.
  • Existe una sensación de control de la tarea.
  • Nuestro sentido del yo se desvanece
  • ​E​l tiempo se detiene.

Así, al dedicarnos a los placeres, estaríamos consumiendo en el momento sin guardar para el futuro, sin invertir, explica M. Seligman hablando en términos de economía. Por el contrario, al involucrarnos en tareas gratificantes, estaríamos invirtiendo para incrementar nuestro bienestar psicológico en el futuro. En las sociedades desarrolladas, tendemos a generar fórmulas rápidas para conseguir el placer y confundimos esta sensación con la felicidad. Entre el placer y la gratificación, las prisas nos hacen elegir lo primero y, tal vez por esto la insatisfacción sea más frecuente en nuestra sociedad que hace 50 años o la edad en la que se sufre la depresión no deje de descender.

Descubrir nuestras fortalezas para poder practicarlas podría ser un buen antídoto. Pero, mientras los placeres son fáciles de satisfacer y requieren una mínima inversión de tiempo y esfuerzo, trabajar las fortalezas es costoso y cabe la posibilidad del fracaso pese al esfuerzo.

Experimentar placer y fomentar emociones positivas es algo muy necesario para una buena vida pero no es suficiente; la buena vida necesita dar un paso más para que significativa y auténtica, para llenarla de sentido.

La recomendación musical de esta semana:



Dominique A - Vers le bleu 

Imagen de Ana Vega

Licenciada en Filosofía. Experta en Género e Igualdad de Oportunidades y especializada en temas de Inteligencia Emocional. Con su blog, La buena vida, no pretende revelarnos nada extraordinario. Tan solo, abrirnos los ojos un poquito más y mostrarnos que la vida puede ser más llevadera.