'Manual kantiano para espabilarnos en el día a día'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 19 de Septiembre de 2021
Retrato de Emmanuel Kant.
Indegranada
Retrato de Emmanuel Kant.
'Me dormí y soñé que la vida era belleza, me desperté y vi que era deber'. Emmanuel Kant

Nuestro filósofo era una persona metódica, o tenía un trastorno obsesivo compulsivo, a saber; por las mañanas se levantaba escrupulosamente a su hora, las cinco de la mañana, con la solicita ayuda de un sirviente, todo hay que decirlo. Bebía un té para estimularse mientras fumaba una pipa y luego comenzaba su laborioso y ordenado trabajo en sus libros y ensayos. A su hora iba a la universidad, en la actual Kaliningrado, bajo control ruso, pero que en la época de Kant pertenecía a Prusia y se llamaba Königsberg. Y a las cuatro y media salía a pasear siempre con el mismo recorrido, su calle, hasta en ocho ocasiones, de punta a punta (lo que ahora que no nos oye alimenta la teoría del trastorno). Era tan puntual que sus vecinos utilizaban su paseo para adecuar la hora de sus relojes, que tenían más posibilidades de estar fuera de hora que nuestro filósofo de pasear a deshoras.

No es que con esta pequeña pincelada de la biografía kantiana creamos que haya alguna lección que aprender, más allá de que un poco de método y orden en la vida cotidiana nunca vienen mal, si no termina por convertir un hábito en una obsesión, sino por destacar como una persona tan aparentemente normal y gris pudo tener tal influencia en nuestra vida cotidiana actual

No es que con esta pequeña pincelada de la biografía kantiana creamos que haya alguna lección que aprender, más allá de que un poco de método y orden en la vida cotidiana nunca vienen mal, si no termina por convertir un hábito en una obsesión, sino por destacar como una persona tan aparentemente normal y gris pudo tener tal influencia en nuestra vida cotidiana actual. Gracias a esos libros y ensayos, producto de su metódica rutina, hoy día disponemos de las ventajas de la libertad y de los valores ilustrados que alejan las tinieblas de la razón del ser humano. Lecturas kantianas que alimentan la tolerancia y la esperanza de un futuro mejor para la humanidad, libre de las trabas de la violencia, y del dominio de la ignorancia. Han pasado varios siglos desde la ilustración y la época de Kant, pero lamentablemente aún quedan remanentes partidarios de la intolerancia y de la oscuridad antiilustrada que pretende volver a nostálgicos tiempos anteriores, que fueron mejores. Se les olvida a menudo mencionar a estas fuerzas reaccionarias que eran mejores tan solo para los privilegiados a los que siempre han defendido, por mucho maquillaje político con el que pretendan ocultarlo.

No, no todo tiempo pasado fue mejor. Fueron tiempos de intolerancia, de opresión, de ignorancia, y sentir nostalgia por cualquier época carente de libertad y educación crítica es tan solo un intento de aprovechar la fragilidad de la memoria y el recuerdo humano. Solo desde esa óptica se puede entender que haya jóvenes que no sientan repulsión por la dictadura franquista y sus tenebrosos tiempos de represión, miedo e ignorancia

Para Kant la ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad, de la que él mismo es culpable; minoría de edad quiere decir la incapacidad de servirse de su entendimiento sin la dirección de otro. Se es culpable de esa minoría de edad, porque la causa de ello no reside en un defecto de entendimiento, sino en una falta de decisión y coraje. Atrévete a servirte de tu propio entendimiento. Ésta es la consigna de la Ilustración. Palabras que conforman un himno kantiano a la razón y la libertad de pensamiento. Palabras que resquebrajaron los muros absolutistas de la historia y ayudaron a liberar el potencial del ser humano, prisionero de la intolerancia y el dogma. Más aún, palabras aplicables como una de esas lecciones cotidianas kantianas, más allá de no pasear a deshoras, que nos pueden valer en nuestro día a día, donde por falta de coraje, voluntad, o quién sabe qué, preferimos no servirnos de nuestro propio entendimiento y dejar que la superstición, o lo que es peor, alguien interesado en aprovecharse de nuestra ignorancia, guie nuestro camino. Cuántos adultos siguen comportándose como niños, sin dejar que la ciencia, que la razón, que la capacidad crítica que tan fácilmente está nuestro alcance, les ayude a tomar decisiones no basadas en el miedo, en el odio, en la intolerancia. Aquellos que manejan el discurso que pretende atemorizarnos sobre las maldades de los inmigrantes que nos quitan los trabajos (los mismos que nosotros no queremos desempeñar) o que nos asustan para contratar una alarma porque salir a desayunar y dejar la casa sola puede hacer que la “okupen”, o los que nos hablan de las conspiraciones de la ciencia para implantarnos chips en las vacunas, son aquellos que, ya sea políticamente, ya sea para vendernos la moto, ya sea por pura ignorancia, tratan de sacar provecho de nuestra incapacidad para madurar, para tomar las riendas de nuestra capacidad de razonar y ver que solo tratan de engañarnos en su propio  provecho, político o económico. O que prefieren seguir viviendo en la época de las tinieblas. No, no todo tiempo pasado fue mejor. Fueron tiempos de intolerancia, de opresión, de ignorancia, y sentir nostalgia por cualquier época carente de libertad y educación crítica es tan solo un intento de aprovechar la fragilidad de la memoria y el recuerdo humano. Solo desde esa óptica se puede entender que haya jóvenes que no sientan repulsión por la dictadura franquista y sus tenebrosos tiempos de represión, miedo e ignorancia.

Si alguien conoce alguna lección más valiosa para nuestra vida cotidiana, que nos sirva de guía a la hora de decidir qué rumbo o qué decisiones tomar, que aquella que nos pide que nuestra razón crítica tome el mando de nuestra voluntad, que sea tan amable de comunicárnoslo

Kant, con toda la normalidad de su carácter fue testigo, y apoyo, de dos grandes acontecimientos históricos; La guerra de la independencia americana (1775-1781) y la Revolución francesa (1789-1795), dos acontecimientos que marcan el inicio de la ilustración política donde las ideas de igualdad y libertad se incrustarían en el corazón de la política. Siempre se ha defendido a Karl Marx como el filósofo que no solo pretendía conocer la realidad del mundo, sino transformarla, pero años antes, Kant en el prólogo de su Antropología ya dejaba claro que todo el progreso de la cultura, a través del cual se educa el hombre, tiene por objetivo aplicar los conocimientos y actitudes adquiridas en el ámbito y las necesidades del mundo. Pero en el mundo el objeto más importante al que pueda aplicarse todo ese progreso es el hombre. La filosofía, adquirir una sabiduría crítica, no es un juego conceptual, nos jugamos mucho, entre otras cosas nuestra propia libertad ante los yugos que otros pretenden imponernos. Nos dota de un sentido del deber y de la justicia que trasciende el egoísmo moral tan natural al ser humano. Y lo más importante de sus áridos tratados, más allá de su complejidad conceptual, era lo sencillo de su mensaje; es el tribunal de la razón humana el que debe estar al mando, todo lo que sea permitir que la superstición o la ignorancia nos dominen, es convertirnos en esclavos de nosotros mismos, que es el primer paso para serlo de otros. Si alguien conoce alguna lección más valiosa para nuestra vida cotidiana, que nos sirva de guía a la hora de decidir qué rumbo o qué decisiones tomar, que aquella que nos pide que nuestra razón crítica tome el mando de nuestra voluntad, que sea tan amable de comunicárnoslo.

Reconocemos que la aridez de la Crítica de la razón pura puede echar atrás al lector más pertinaz, pero más allá del enorme impacto de esta obra en nuestra cultura, una lección extraída de tal obra es igualmente aplicable a nuestro día a día, y es trasladable a lo cotidiano

Reconocemos que la aridez de la Crítica de la razón pura puede echar atrás al lector más pertinaz, pero más allá del enorme impacto de esta obra en nuestra cultura, una lección extraída de tal obra es igualmente aplicable a nuestro día a día, y es trasladable a lo cotidiano, tal y como explica el admirado filósofo Emilio Lledó al referirse al legado kantiano: conocer es liberarse y crear. Esta liberación y creación solo puede ser posible si el yo, si nuestra personalidad, condiciona nuestra visión de las cosas y en este condicionamiento podemos manejarlas y transformarlas. La Crítica de la razón pura trata de responder a esa pregunta que todos deberíamos hacernos antes de creer a pie juntillas los mensajes que nos mandan por WhatsApp: ¿qué puedo saber? Diferenciar aquello que procede de un conocimiento de la razón, filtrado por la capacidad crítica, de aquello que es cuestión de opinión. Al igual que saber qué es conocimiento científico y qué no. Conocimientos que no nos vendrían nada mal para movernos un poco mejor en esta selva de la desinformación en la que se ha convertido la sociedad de la información.

Conocer es importante, pero más importante es saber qué hacer con aquello que conocemos, y ahí encontramos la segunda pregunta a la que la obra kantiana trata de dar respuesta y que nos es igualmente útil para hacérnosla en nuestro día a día

Conocer es importante, pero más importante es saber qué hacer con aquello que conocemos, y ahí encontramos la segunda pregunta a la que la obra kantiana trata de dar respuesta y que nos es igualmente útil para hacérnosla en nuestro día a día: ¿Qué debo hacer? Y la respuesta la encontramos en nuestro interior, en la libertad y autonomía que se nos presupone una vez que nos libramos de los dogmas externos que nos encadenan. Nuestro deber moral es encontrar la respuesta en nosotros mismos ante cómo comportarnos, y la pregunta que debemos hacernos, y responder con honestidad, es que principio que nos gustaría seguir es universal, es aplicable a otras personas. Trata a los demás como te gustaría que te tratasen a ti. Así de simple. Cómo podemos quejarnos de que alguien actúe guiado por su egoísmo si nosotros hacemos lo mismo. Qué derecho tenemos a quejarnos de que alguien nos mienta para aprovecharse de nosotros si actuamos igual. Qué derecho tenemos a rebelarnos cuando quieren aprisionarnos por no pensar como los demás, o coartarnos la libertad, cuando nosotros lo hacemos con aquellos que no piensan, actúan o creen en lo mismo que nosotros.

El abrumador peso del deber no es grato, pero si queremos seguir soñando con la belleza de la vida, primero comportémonos con los demás como deseamos que se comporten con nosotros, y después, quizá encontremos que la vida, a pesar de todo, aun puede ser bella, y dedicarnos a buscar y disfrutar de esa belleza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”