'No tenemos tantos amigos como creemos'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 18 de Diciembre de 2022
'Elishiva' (2000), de Nigel Van Wieck.
'Elishiva' (2000), de Nigel Van Wieck.
'Hoy llaman amistad a lo que no suele ser más que una corta camaradería, una breve familiaridad o un vago compañerismo'. Michel Onfray, Sabiduría.

'La amistad (considerada en su perfección) es la unión de dos personas a través del mismo amor y respeto recíprocos'. Immanuel Kant, Metafísica de las costumbres.

Con la palabra amistad sucede como con todas las palabras mágicas que usamos indiscriminadamente para afirmar con potencia algo en lo que realmente no creemos, o quizá sobre lo que tenemos tantas dudas como certezas; llámese amor, amistad o sus contrarios, enemistad u odio. Tendemos a banalizar el significado más profundo de estas palabras problemáticas y las utilizamos con una ligereza que en ocasiones nos confunde. Muy propio de una posmodernidad que parece haber renunciado a creer en nada que no sea superficial, líquido o intrascendente. Al igual que probablemente nunca hemos reflexionado en profundidad sobre el amor, su contraparte el odio, o sobre la amistad y su opuesta, la aversión o enemistad, aceptamos que tenemos amigos o enemigos, que amamos u odiamos al albur de pasiones pasajeras, alejadas de la voluntad y la razón.

Nos dejamos llevar, conocemos a alguien que nos cae simpático y ya pensamos que somos amigos, o nos cae mal alguien por su carácter o por cualquier acción que haya hecho nos afecte o no, y ya se convierte en adversario o enemigo

Nos dejamos llevar, conocemos a alguien que nos cae simpático y ya pensamos que somos amigos, o nos cae mal alguien por su carácter o por cualquier acción que haya hecho nos afecte o no, y ya se convierte en adversario o enemigo. Nos dejamos llevar por emociones. Y no que es que haya nada antinatural en ello, pues somos seres emocionales en gran parte. La cuestión no es desprendernos de ellas, sino no dejar que nos conduzcan. La amistad o es un producto de una voluntad compartida, inspirada por las emociones, pero solidificada a través de una relación racional, o es otra cosa. Si no es así no es amistad, llamémosle como hace el filósofo francés Onfray; camaradería o compañerismo, por compartir algún vínculo social o laboral, llamémosle familiaridad por la simpatía mutua que a veces se comparte con algún conocido, sin más.

La amistad, como otras tantas cosas que importan en la vida, se construye, como hacemos con los relatos que nos dan sentido. Y por tanto la dirigimos, la erigimos andamio a andamio, incluyendo errores y heridas del camino, huellas que pusieron a prueba el relato en busca de sentido. Si no interviene ese sentido que decidimos darle, a través de las emociones filtradas por la razón, impulsadas por la voluntad, cedemos a impulsos. Dejamos que nos dirijan; pasiones, emociones o acontecimientos tan frágiles como las mismas emociones y pasiones que los despertaron. Solo lo que adquiere sentido puede permanecer en el tiempo, tan solo la amistad convertida en un relato compartido tiene sentido, y eso exige trabajo, voluntad y razón, aparte de simpatías y sentimientos. Exige tantas decepciones como alegrías, tantos desapegos como apegos. Los amigos se eligen, no aparecen. Pero esa es una decisión que ha de ser mutua.

No se puede ser amigo de quien no lo es nuestro, eso es adoración, servidumbre o la búsqueda de algún interés que creamos esa persona puede satisfacer, porque tiene más estatus, poder o dinero o algo que ofrecernos

No se puede ser amigo de quien no lo es nuestro, eso es adoración, servidumbre o la búsqueda de algún interés que creamos esa persona puede satisfacer, porque tiene más estatus, poder o dinero o algo que ofrecernos. No somos amigos suyos si actuamos así, y desde luego las personas que dejan que una cohorte de personas las rodee considerándolas sus amigos en base a esa adoración, servidumbre o interés, tampoco debieran considerar como amigos a tales personas. Todas estas cosas tienden a desaparecer con la misma facilidad que los deseos inmediatos una vez satisfechos, convirtiendo ese hambre por algo o alguien, en indiferencia, desprecio u odio. Llamémosle como queramos a este tipo de comportamientos, pero no amistad.

Buscamos seguidores, no amigos, buscamos correspondencia y amistad en algo que es imposible, pues en el batiburrillo acompañado por el ruido de las redes sociales es imposible la dedicación y paciencia que requiere la amistad

Igualmente ridículo es el concepto de amistad derivado del uso de las redes sociales; en cualquier plataforma. No tanto por lo virtual, pensemos en aquellas personas que en tiempos pretéritos se relacionaban en la distancia a través del perdido arte de la correspondencia, construyendo amistades auténticas e imperecederas, sino por aquellos vicios que las relaciones virtuales nos provocan y que superan, desgraciadamente, a las virtudes que en potencia podríamos tener con las nuevas tecnologías. Más allá de las máscaras y la falsedad con la que dibujamos un personaje virtual, algo más complicado, pero también habitual en la vida real, es la hipocresía derivada de nuestra dependencia de la atención. Buscamos seguidores, no amigos, buscamos correspondencia y amistad en algo que es imposible, pues en el batiburrillo acompañado por el ruido de las redes sociales es imposible la dedicación y paciencia que requiere la amistad. No confundamos seguidores con amistad. No hace bien a los que se endiosan por tener tantísimos seguidores, me gusta, retweets o lo que sea, y tampoco hace bien a aquellos que, por pretender seguir a alguien, creen haber encontrado un amigo. Podría suceder, ocasionalmente, si una semilla plantada en el vertedero virtual de las redes sociales se transformase en un atípico huerto o un pequeño jardín, pero ¿tenemos la paciencia y la voluntad para profundizar, regar y permitir que esa semilla crezca?

Si somos honestos, no habrá más personas que dedos de una mano que cumplan esos requisitos, siendo generosos, y con las que nosotros estemos dispuestos a su vez a cumplirlos

Lo circunstancial que nos une, sobre todo si está acompañado por intereses espurios o mucho ruido emocional, difícilmente permite la amistad. Onfray al analizar el sentido de la amistad en la antigua Roma, muy alejada de la fraternidad cristiana que se hace pasar por amistad (pongámosle su verdadero nombre, caridad) o la fraternidad política (que no es amistad sino camaradería por un objetivo común)  la disecciona con una exigencia desconocida en nuestros tiempos: La amistad verdadera es compartir, intercambiar, asociarse; permite hablar al otro como si fuéramos nosotros mismos; permite vivir plenamente la alegría, felicidad, y la prosperidad, porque entonces se puede vivir a dos: hace que la adversidad, la mala suerte y la maldad del mundo sean menos crueles porque podemos aligerar nuestra carga gracias a la espalda del amigo; impide el abatimiento y hace surgir la esperanza. Estas palabras del filósofo francés al definir el concepto romano de amistad, tan exigente, debiera hacernos reflexionar sobre aquellas personas que cumplen esos requisitos en nuestra vida, y aún más importante; ¿somos nosotros capaces de cumplir esos requisitos con ellas? La amistad que exige este trabajo hercúleo no puede ser producto de las circunstancias, las emociones o el azar, sino del querer y la voluntad compartidas, y no es tan fácil. Si somos honestos, no habrá más personas que dedos de una mano que cumplan esos requisitos, siendo generosos, y con las que nosotros estemos dispuestos a su vez a cumplirlos.

El peligro se encuentra en permitir que todos estos factores que no controlamos conviertan al amigo, no ya en un simple conocido, sino en un enemigo

El mayor valor, claro está, para Cicerón, se encuentra en la difícil durabilidad de este acontecimiento compartido, pues el desgaste del tiempo, que hiere todo lo que importa, también es corrosivo para la amistad; evolucionamos y cambian nuestros sentimientos, opiniones, entornos, responsabilidades y tantas cosas que nos alejan del otro. El peligro se encuentra en permitir que todos estos factores que no controlamos conviertan al amigo, no ya en un simple conocido, sino en un enemigo. Y cuando eso sucede algo en nuestro interior también se rompe, o debería, si en verdad sentimos en su momento amistad por esa persona. Cicerón, curiosamente en alguien que siempre buscó riquezas y ambiciones políticas, habla de las dificultades de creer que podemos ser amigos de los ricos y poderosos, personas para quienes nuestras vidas importan poco más allá de algún capricho que puedan sentir, y por si tenemos la tentación, aunque no seamos ricos o poderosos realmente, pero nos lo creamos, pensemos que siempre habrá personas más ricas y poderosas que nosotras que nos hagan sentir impotentes.

La amistad, aquella que tiene sustancia, realidad, que duele tanto como en ocasiones embriaga, es un ideal de muy difícil cumplimiento

La amistad, aquella que tiene sustancia, realidad, que duele tanto como en ocasiones embriaga, es un ideal de muy difícil cumplimiento. Es exigente, y tiene poco que ver con la amistad que habitualmente desarrollamos en nuestra vida social, pues exige un grado de confianza mutua, de apoyo mutuo, harto complicado en una sociedad que premia el egoísmo. Aun así, es posible acercarse a ella, si existe un ideal. No hemos de ser perfectos en su consecución, pues siempre habrá fallas y errores que hemos de asumir, pero posible si tenemos una guía. El esfuerzo es enorme, pero las recompensas están a la altura. No, no tenemos tantos amigos como creemos, al menos en este sentido, y nunca los tendremos, pero al menos deberíamos reflexionar sobre qué tipo de amistad buscamos en cada caso y si decidimos que merece la pena el esfuerzo, fracasemos o no, hemos de emplear la voluntad en ello, y no abandonar al primer descalabro.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”