'Sigmund Freud y el origen del psicoanálisis'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 15 de Agosto de 2021
Sigmund Freud.
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Sigmund Freud.
'Interpretar un sueño consiste en reemplazar su contenido manifiesto por sus ideas latentes; en otros términos: consiste en deshacer la trama que ha sido urdida por el trabajo del sueño'. Sigmund Freud

'Llamamos psicoanálisis al trabajo que consiste en traer al consciente del enfermo los elementos psíquicos reprimidos'. Sigmund Freud

Durante siglos los filósofos, y los primigenios científicos, sospecharon que las cosas no eran como parecían en realidad; pero la mirada no era introspectiva, no se dudaba de lo que pasaba de puertas para adentro, la disyuntiva se deslizaba hacía el mundo exterior, rara vez hacía nuestra psique, alma, mente o como quiera que por aquel entonces decidiéramos denominar a aquello que dirige nuestros actos. Las dudas oscilaban entre si la confianza debía recaer directamente en nuestros sentidos como vía con la que experimentar la realidad, lo que existía fuera de nosotros, pensamiento filosófico que se llamó empirismo*1, o en la razón como principal faro, guía interior, al que agarrarnos para comprender la realidad, ya que no podíamos fiarnos de las percepciones de nuestros sentidos. Lo que filosóficamente denominamos racionalismo*2. Pero las sospechas nunca recaían en lo que subyace en nuestro interior. Parecía que teníamos acceso inmediato a aquello que somos, y que al observarnos éramos capaces de descubrir plenamente nuestras motivaciones, nada permanecía oculto a nuestra mirada. La importancia de un pensador, científico, médico, padre del psicoanálisis, o como deseemos denominar a Sigmund Freud, fue su capacidad para sospechar que nada era lo que parecía, no ya en el mundo exterior, sino en nuestro interior. Muchas de las acciones que realizábamos poseían motivaciones que se nos ocultaban. Existía un mundo interior de difícil o imposible acceso, el inconsciente, que determinaba las acciones conscientes, sin darnos cuenta de aquello que realmente nos determinaba o motivaba a hacer o a no hacer algo, nuestra conducta. Nuestros miedos, nuestras pasiones, nuestras manías, nuestras obsesiones, dependían de deseos que no estaban a nuestro alcance para una disección directa.

La tesis de Freud era que determinados comportamientos que calificamos como neuróticos, a los que los médicos de la época eran incapaces de encontrar una causa física, estaban causados por deseos o recuerdos problemáticos que estaban escondidos en nuestra mente, y eran de muy difícil acceso

Al igual que Friedrich Nietzsche, Freud sospechó que la sociedad nos obligaba con sus normas, con la manera en la que organizaba lo que era aceptable y lo que no, con su cultura, con su poder coercitivo, a esconder, a reprimir gran parte de las pulsiones que nos definen, y eso no nos sale gratis. En aras al buen comportamiento, a encajar en lo establecido, pagábamos un alto precio, al esconder, al desterrar deseos y sentimientos que han venido formando parte desde hace milenios de la naturaleza humana. Básicamente, la tesis de Freud era que determinados comportamientos que calificamos como neuróticos, a los que los médicos de la época eran incapaces de encontrar una causa física, estaban causados por deseos o recuerdos problemáticos que estaban escondidos en nuestra mente, y eran de muy difícil acceso. Uno de los principales méritos del pensador austriaco fue la relevancia del poder sanador de las palabras; a través de permitir en el paciente libres asociaciones de ideas, podían surgir esos deseos, recuerdos y pulsiones antaño ocultos, que al florecer al exterior parecían aliviar los síntomas. El diálogo inquisitivo, al igual que con la mayéutica socrática, permitía que saliera a la luz lo que antes estaba oculto. Fue el nacimiento del psicoanálisis. Freud pudo equivocarse en muchas cosas, y su terapia tiene muchos puntos débiles a la luz de la ciencia actual. Y, ciertamente, las palabras o la voluntad no pueden curar dolencias de origen físico, por mucho que algunos gurús se empeñen, pero no se equivocó con el poder sanador de la palabra para muchos de los males que nos asolan, nos turban, nos aíslan, de carácter mental, que tienen su origen en deficiencias estructurales de nuestra cultura, de nuestra sociedad, de cómo nos enseñan a enfrentar el mundo en nuestra infancia y adolescencia, de las presiones del mundo moderno, y a esconder sin digerir aquello que forma parte ineludible de nuestro ser.

Y precisamente ocultar esos pensamientos, violentos o sexuales en su mayoría, según el pensador austriaco, era lo que nos permitía la mínima armonía social para poder convivir

Freud, con un atrevimiento poco usual para el conservadurismo de la época, dio un paso más al afirmar que no eran únicamente los pacientes neuróticos e histéricos los que ocultaban deseos, pulsiones o recuerdos, que les afectaban su conducta, que estos eran casos extremos, pero que todos ocultábamos en nuestro subconsciente algo. Y precisamente ocultar esos pensamientos, violentos o sexuales en su mayoría, según el pensador austriaco, era lo que nos permitía la mínima armonía social para poder convivir. La mayoría de esos pensamientos poco deseables para la vida social, los adquiríamos en nuestra infancia; algunas afirmaciones del pensador austriacos a este respecto hoy día producen sonrojo en la mayor parte de la psiquiatría, como presuponer que todos los hombres sienten deseo sexual por sus madres o deseos de matar a los padres, el famoso complejo de Edipo, pero más allá de que acertase en lo concreto, parece que dio en la diana al desvelar que algo sucede en nuestro proceso de maduración, de socialización, que permanece oculto en muchos casos, y que en otros tantos, termina por provocar conductas y hábitos de los que no somos conscientes, al menos del origen que los causa.

Fundamental para el terapeuta austriaco fue el análisis de los sueños; dado que no tenemos acceso al inconsciente, al menos de manera directa, y es a través de lo onírico, los símbolos que aparecen en nuestros sueños, su interpretación,  donde el terapeuta puede encontrar indicios para ayudarnos a descubrir las causas del malestar que nos aflige; por ejemplo: una serpiente, un paraguas o una espada, los interpretaba como señales de inquietudes sexuales, al ser símbolos fálicos, mientras que si aparecía una cueva o un monedero, la simbología pasaba a representar la vagina. Seguramente encontremos chocante este aspecto de las teorías freudianas, y hoy día, como comentábamos antes, hay más detractores que creyentes en el mundo de la psiquiatría, pero no cabe duda que un avance significativo hubo, pues en alguna que otra ocasión, los sueños nos muestran metafóricamente señales de aquello que nos perturba.

Cuántas veces deseamos no tener éxito en alguna empresa por las consecuencias y cambios que tendrá en nuestra vida. Y, tengamos razón o no, un precio pagamos por ese malestar

Otra curiosa manera de interpretar que algo falla, que estamos reprimiendo algún deseo o sentimiento, para Freud, eran  los lapsus lingüísticos, la mayoría de las veces pueden deberse a simple despiste, pero si se repiten con cierta frecuencia, algo sin duda hay que trata de salir a la luz. También observar nuestro comportamiento puede indicarnos que, aunque conscientemente admitamos que queremos algo, nuestro subconsciente reniega de ello, y hace todo lo posible por torpedear que esa resolución consciente tenga éxito; el clásico ejemplo, aunque hay muchos otros a los que podríamos recurrir, es el del examen que haces lo posible por preparártelo, llegar a tiempo, hacerlo lo mejor posible, pero por algún motivo oculto algo sucede que lo sabotea; te quedas dormido, te equivocas con el transporte y llegas tarde, o mil circunstancias más que revelan que te podría aterrar más el éxito que el fracaso. Cuántas veces deseamos no tener éxito en alguna empresa por las consecuencias y cambios que tendrá en nuestra vida. Y, tengamos razón o no, un precio pagamos por ese malestar.

La religión fue otra diana de Freud en su análisis de lo que podía causar malestar, la consideraba necesaria para el control social, pero no dejaba de señalar que originariamente no era sino un síntoma de nuestra necesidad de encontrar una figura paterna, que nos protegiera en nuestra vida adulta, como lo hacen en nuestra infancia

La cultura es otro aspecto problemático para Freud, en la medida en que define el horizonte de lo que podemos pensar, de lo que es correcto y lo que no lo es, influye activamente en crear malestar, en causarnos disfunciones mentales, pues inhibe parte de lo que queremos ser, de lo que ocultamente anhelamos. El malestar de la cultura es otra de las grandes intuiciones del psicoanálisis primigenio, que deberíamos tener en cuenta si queremos trabajar por una sociedad donde no estigmaticemos las enfermedades mentales, y podamos no solo dedicar la atención que merecen a los que las padecen, sin obviarlos,  ni barrerlos debajo de la alfombra de lo políticamente incorrecto, sino para encontrar soluciones a todos aquellos comportamientos culturales y sociales que inciden en causar estas enfermedades; el ansía por lo material, el miedo al fracaso, el estrés por el vértigo de la vida moderna, la banalidad de las relaciones íntimas en la selva de las redes sociales, el desprecio a lo que no encaja en los moldes habituales, y la repudia de lo excéntrico, y tantas otras causas que deberíamos reexaminar por nuestra propia salud mental. Quizá no nos vendría mal redefinir eso que llamamos cordura. La religión fue otra diana de Freud en su análisis de lo que podía causar malestar, la consideraba necesaria para el control social, pero no dejaba de señalar que originariamente no era sino un síntoma de nuestra necesidad de encontrar una figura paterna, que nos protegiera en nuestra vida adulta, como lo hacen en nuestra infancia.

El psicoanálisis tiene sus claros y sus oscuros, y es discutida su validez como terapia mental, especialmente en la actualidad. Este aspecto prefiero dejarlo para el análisis de psiquiatras y otros expertos en enfermedades mentales, que tengan conocimientos más amplios que los míos, y una perspectiva científica sobre la balanza de virtudes y defectos en cuanto a su utilidad clínica, pero de lo que no cabe duda, es de todo aquello que Freud anticipó sobre lo que no iba bien en nuestra cultura y sociedad, y lo que sus análisis nos han aportado en diferentes campos del conocimiento de la naturaleza humana, permitiendo avances fructíferos, y dotándonos de herramientas para analizar y comprender un poco mejor esa parte de lo que somos, que a nuestro pesar, permanece irremediablemente oculta, pero que nos define, y sigue determinando nuestros actos, nuestra voluntad, más de lo que desearíamos.

Notas

*1 Empirismo: doctrina según la cual todos nuestros conocimientos o principios proceden en último término de la experiencia, que es su fundamento último. Negación de la idea según la cual en nuestra mente existiría algún conocimiento independiente de la experiencia

*2 Racionalismo: Doctrina según la cual el espíritu humano (la mente) posee principios o conocimientos a priori independientes de la experiencia que dirigen el conocimiento.

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”