'Las fosas de La Desbandá'
Al poco, un espantoso estruendo pareció anunciar el definitivo derrumbamiento del barranco. A apenas un kilómetro de la costa, tres gigantescos barcos como jamás había visto abrieron fuego sobre los aviones y sobre la carretera sin detener su monstruosa marcha, maniobrando poderosamente entre los acantilados hasta alcanzar la farola de Motril, donde concentraron el fuego. Aquella noche nadie durmió en el cortijo, demasiado expuesto por estar en el extremo de un caño cerca de la mar. Junto a otros vecinos, se agolparon en las sangraderas de las viñas, apelotados para espantar el frío de aquella terrible noche de febrero.
El sol sale tarde durante el invierno en la Loma del Pombo, por lo que, al socorro de las sombras, él y sus dos amigos, el hijo de José Sartén y el de Frasco Pérez, se acercaron a la carretera con las primeras luces. Todo era un naufragio. Coches destruidos o abandonados, camiones volcados, enseres de todo tipo falsamente custodiados por algunas mujeres exhaustas, desamparadas sobre los arcenes. Solo el irrespetuoso graznido de las gaviotas se atrevió a romper el húmedo silencio de aquella mañana, anticipando la llegada de un convoy militar que apuntaba a doblar la curva del barranco. José, a sus 93 años, lo recuerda menudamente, como solo puede hacerlo un niño de nueve años: “Primero dos motos, después un coche conducido por un sargento y dos oficiales y, tras ellos, 17 ó 18 camiones con dos hileras de 6 soldados a cada lado”. La comitiva se detuvo y el oficial le gritó “ragazzo forte”, ofreciéndole una lata de carne, a la vez que, por mediación de señas, le impelía a deshacer los grupos, a dispersarse ante la amenaza de la aviación. Lo recuerda perfectamente, era un niño, pero lo recuerda perfectamente[1].
José Alabarce, durante la grabación de la entrevista.
Sin embargo, sigue presente un vacío estruendoso dentro de todo este conocimiento: ¿Dónde están las víctimas?, ¿dónde se encuentran aquellos que murieron en la carretera y que los testimonios cuentan por centenares?
Nada de lo relatado nos es extraño. Los muchos trabajos que se han realizado sobre La Desbandá, la huida de la población costera bajo el ataque de las fuerzas sublevadas, nos describen centenares de veces estas escenas. Afortunadamente, se ha acumulado mucha y buena información sobre lo sucedido. Conocemos bastante bien las operaciones militares y los padecimientos de los refugiados. Existe una buena colección de testimonios recogidos minuciosamente por los activistas e investigadores, por lo que la reconstrucción de lo sucedido, en sus grandes líneas, es incuestionable desde el punto de vista histórico, por más que se empeñen los negacionistas mediáticos. Sin embargo, sigue presente un vacío estruendoso dentro de todo este conocimiento: ¿Dónde están las víctimas?, ¿dónde se encuentran aquellos que murieron en la carretera y que los testimonios cuentan por centenares?
Pese a que pueda parecer lo contrario, pocas son las referencias exactas a las víctimas del suceso. Apenas unas decenas de inscripciones en los registros civiles y los libros de enterramiento hacen referencia a ello. Ninguna fosa se ha documentado relacionada directamente con el ataque del ejército sublevado y tampoco existen referencias en los documentos archivísticos a la gestión de los cadáveres. Este vacío de información fue la razón que impulsó a nuestra asociación, hace dos años, a intentar localizar alguna evidencia de las fosas de la Desbandá, de los lugares donde permanecen los restos de las víctimas, las pruebas físicas del crimen de la carretera de Málaga a Almería.
Hemos repasado uno a uno los testimonios que se han publicado o grabado, cruzando esos datos con los registros de las operaciones militares para comprobar fehacientemente la concordancia entre ellos, visitando los lugares donde los sucesos implicaron a más personas...
Con este fin examinamos la bibliografía existente, consultamos a las investigadoras e investigadores que han escrito sobre el tema, y a las asociaciones que recopilaron la memoria callada de los testigos de la huida. Revisamos una vez más los archivos militares, los registros civiles, los escasos libros de enterramiento, los fondos provinciales y municipales. Hemos repasado uno a uno los testimonios que se han publicado o grabado, cruzando esos datos con los registros de las operaciones militares para comprobar fehacientemente la concordancia entre ellos, visitando los lugares donde los sucesos implicaron a más personas. Todo ello solo para constatar que apenas quedan evidencias de lo sucedido pese a lo descrito por las víctimas.
Así, decidimos centrarnos en los detalles de los testimonios que indicaban lugares concretos donde se produjeron muertes. Los testigos relatan cómo vieron cadáveres apilados en la carretera a la vuelta hacia Málaga[2], camiones cerca de Almería que se llevaban los cadáveres [3], descripciones en primera persona de nietos que enterraron a abuelos[4], de padres y madres que perdieron a sus hijos [5] de hijos que perdieron a sus padres[6], de hermanos que vieron cavar la tumba de sus hermanos en la cuneta[7]. Pero ninguno describe qué ocurrió con quienes se iban quedando atrás, qué fue de aquellos cientos de personas que no sobrevivieron a la carretera, simplemente porque no lo vieron, porque siguieron adelante a Almería o a Málaga, a Valencia, Alicante, Murcia, Barcelona.
Había que encontrar testigos de un crimen 84 años después, sin duda, demasiado tarde, pero había que intentarlo
Quedaba buscar entre los que se quedaron y fueron testigos de lo ocurrido, de quienes siendo niños y niñas lo guardaron en sus ojos, pero callaron, quienes lo escucharon relatar una y otra vez, en voz baja pero firme, de sus padres y madres, y que nunca contaron por el terror impuesto por la dictadura. Había que encontrar testigos de un crimen 84 años después, sin duda, demasiado tarde, pero había que intentarlo.
De los testimonios como el de José y del resto de la información recabada podemos concluir que existen varios ámbitos donde pueden encontrarse las víctimas
De los testimonios como el de José y del resto de la información recabada podemos concluir que existen varios ámbitos donde pueden encontrarse las víctimas. Posiblemente, las grandes poblaciones como Málaga y Almería[8], donde se recibieron heridos, derivaron a los fallecidos a sus cementerios, como recogen algunos testimonios que, además, describen el traslado de cadáveres en camiones en esas direcciones. Algo similar se narra en poblaciones más pequeñas, como Vélez Málaga, Nerja[9] o Almuñécar[10] con un pequeño número de víctimas, vecinas de esas poblaciones, cuyos familiares se ocuparon de ello. Por el contrario, en los puntos donde se produjeron un gran número de fallecidos se abrieron fosas cerca del punto de la masacre, como atestiguan que ocurrió en el caso de Puente del Río[11], tras el bombardeo de Adra, en las cercanías del río Guadalfeo[12] o en las fosas descritas en Almuñécar[13]. Esto último nos hace pensar que deben existir casos similares en otros puntos donde se concentran los relatos de muertes. Así, en el tramo comprendido entre Maro y Cerro Gordo hemos identificado dos puntos donde pudieran existir restos humanos, corroborado en uno de ellos por el testimonio de un vecino[14]. Finalmente, son frecuentes los testimonios de enterramientos en la misma carretera[15] o en los lugares por donde circularon, de los que tenemos constancia de al menos una familia cerca de la población de Otívar[16].
Hemos podido localizar al menos siete puntos donde aún es posible que puedan encontrarse restos de las víctimas y sobre los que es necesario actuar urgentemente
Desgraciadamente, el crecimiento de los cementerios y de las ciudades junto a la transformación sufrida en el territorio y en la propia carretera hace prácticamente inviable corroborar todos estos testimonios. No obstante, hemos podido localizar al menos siete puntos donde aún es posible que puedan encontrarse restos de las víctimas y sobre los que es necesario actuar urgentemente, preservándolos en tanto se realiza una investigación que concrete estos indicios.
Porque se lo debemos a las víctimas y a sus familiares, que siguen esperando verdad, justicia, y reparación.
Notas bibliográficas:
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- [1] Entrevista personal con José Alabarce realizada por Emerencia Alabarce y Fernando Alcalde.
- [2] Testimonio de José Gonzalez Moreno recogido en Llaquet, Fernando y Arcas Cubero, Concepción (2016) Yo estaba allí: una historia de la guerra civil y el franquismo en Málaga. Editorial El Genal.
- [3] Testimonio de Carmen Tejero recogido por su nieta.
- [4] Testimonio de Antonia Cruz recogido en Prieto Borrego, Lucía y Barranquero Texeira, Encarnación; Población y guerra civil en Málaga: caída, éxodo y refugio. Diputación de Málaga, Málaga, 2007.
- [5] Testimonio de Antonio García de la Cueva en Prieto y Barranquero (2007) op. cit.
- [6] Testimonio de Consuelo Torres recogido en el documental 'Febrero 1937. Memoria de una Huida'.
- [7] Testimonio de Carmen Tejero recogido por su nieta.
- [8] Citados anteriormente en las obras de Prieto y Barranquero (2007) y Eusebio Rodríguez Padilla.
- [9] González López, Francisco Miguel. La historia que nunca se contó: la represión durante la Guerra Civil en el municipio de Vélez-Málaga. Ayuntamiento de Vélez-Málaga, 2008.
- [10] El libro de enterramientos de Almuñécar recoge la muerte de un niño víctima de un cañonazo.
- [11] Vargas Rivas, Antonio. Guerra, Revolución y Exilio de un anarcosindicalista. Datos para la historia de Adra. Autoedición. Almería. 2007.
- [12] Declaraciones de José Ochoa en el documental “Málaga 1937.La carretera de la muerte”.
- [13] Entrevista con José Alabarce.
- [14] Testimonio recogido por Antonio Pérez Salguero y Manuel Cañadas en este trabajo.
- [15] Testimonio de Consuelo Torres recogido en el documental 'Febrero 1937. Memoria de una Huida'.
- [16] Entrevista personal con Maria Isabel Brenes.
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Los autores:
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Para que nunca se olvide. Para que nunca se repita.
En colaboración con y las asociaciones memorialistas de la provincia de Granada.
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